POR mucho que unos u otros pretendan monopolizar la respuesta que se dio a la dictadura de Franco, la mayoría de la sociedad vasca entiende claramente que intentó atentar contra la esencia del Pueblo Vasco y que mantenerse firme en la defensa de los Derechos Humanos fue -y es- la actitud más humana así como la garantía para sobrevivir con dignidad.

Franco representó las típicas características de los dictadores del periodo de entreguerras del siglo pasado en Europa: practicó el exterminio físico y moral para imponer, en su caso, la idea de España; extendió el terror, el miedo y la venganza para paralizar a la sociedad; y corrompió el sistema político, judicial, cultural, religioso, mediático y educativo para intentar materializar su adoctrinamiento sin fisuras.

La eliminación física del que pensaba diferente fue sistemática en Euskadi. Torturó y fusiló sin piedad alguna. Llenó cementerios y actas de defunciones con la hipócrita inscripción de “muerto por herida de bala”. Hoy día, el Estado español es el segundo territorio del mundo con más fosas comunes, solo por detrás de Camboya. Y la memoria exige abrir todas esas fosas y cunetas para devolver la verdad, la memoria y la dignidad a sus familiares.

La posguerra no fue menos dura que el propio alzamiento bélico. Implantar el terror y el miedo era consustancial al proyecto de Franco. Hubo venganzas, deportaciones, persecuciones y expolios que llenaron las cárceles y el exilio de miles de gentes. Igualmente, innumerables vejaciones para atemorizar y dominar a la sociedad. Como rapar al cero a cientos de mujeres vascas acusadas de “conspiración y propaganda nacionalista”, cuando muchas de ellas se reunían por las tardes para rezar el rosario. Aunque, indudablemente, eran vascas, euskatzales y abertzales.

Desde el primer momento, Franco corrompió todos los resortes de poder, pervirtiendo cualquier principio de autoridad, aunque pretendiera lo contrario. Incluyendo la clerical en un contexto en el que contó con la connivencia de la Iglesia oficial. Especial atención dedicó en su empeño a dos ámbitos fundamentales: los medios de comunicación y la enseñanza. Cerró y destruyó medios de comunicación para, bajo sus cenizas en algunos casos, crear una red mediática afín al régimen, intervenida, manipulada y censurada. En la educación, dictó el estudio de los principios de su régimen y, por supuesto, prohibió el euskera, aplicando para todo ello el castigo físico y la persecución.

Entre nosotros hay algunos que piensan que, en Euskadi, lo de Franco fue un episodio más de la “guerra de las dos Españas”, que no fue una abominable agresión dictatorial y militar contra “lo vasco”, el Pueblo Vasco y su significación política e identitaria. Nunca nadie ha obviado que hubo milicianos vascos republicanos que lucharon con mucho sacrificio contra el dictador. Pero pretender negar que Franco se levantó en armas también con el objetivo de aniquilar física y moralmente a los que consideramos que Euskadi es la Patria de los Vascos es un insulto a la historia y a la propia evidencia.

El exterminio y la negación de Euskadi en su dimensión nacional, política y cultural constituyó una de las grandes obsesiones de Franco y del franquismo. Junto con los comunistas, anarquistas y masones, el Pueblo Vasco -los separatistas, como todavía dicen- estuvo en el frontispicio de la obstinación franquista. Lo cual, viniendo de un personaje como Franco, es todo un honor. ¿Hace falta describir el sufrimiento, los fusilamientos, la cárcel, el exilio, las persecuciones, así como el expolio moral, político y cultural que padecimos? No. Basta con leer De Gernika a Nueva York pasando por Berlín, del lehendakari Agirre.

Por su lado, hay otros que pretenden justificar su terrorífica andadura erigiéndose en pretendidos continuadores de los gudaris que lucharon contra Franco. Indignante. Porque los gudaris se batieron en una contienda bélica iniciada por el dictador, mientras que los que se quieren justificar actuaron con modos terroristas en contra del Pueblo Vasco y contra la voluntad mayoritaria del Pueblo Vasco, al que decían defender. No hay comparación. Porque, además, nos han hecho un daño humano y económico incalculable. Nueva cortina de humo para eludir tomar como base los Derechos Humanos y manifestar que “matar estuvo mal”.

Al recuerdo nos viene la figura de Juan de Ajuriagerra y su liderazgo e integridad política y humana. Fue uno de los principales organizadores de la resistencia y, posteriormente, de la clandestinidad. En plena guerra, volvió del exilio en Belloch a Euskadi siendo consciente de que iba a ser fusilado. Pero, humana y políticamente, Ajuriagerra no soportaba dejar a los gudaris y a su gente abandonados a su suerte. En efecto, fue encarcelado, y en prisión lideró varias huelgas de hambre de nacionalistas, milicianos y sindicalistas. Fue condenado a muerte, aunque finalmente no fue consumada su ejecución. Y cuando, años más tarde, le preguntaron sobre ETA rechazó ofrecerle su apoyo señalando que ese tipo de movimientos se sabe cómo empiezan pero no cómo terminan. Y tuvo razón.

Si hoy Franco levantara la cabeza, se llevaría un gran disgusto. Porque a pesar de su obsesión genocida, Euskadi mira con contenido optimismo al futuro en este mundo cada vez más global, gracias a su fortaleza institucional, económica, social y cultural. Y, sobre todo, porque, muy a su pesar, una amplia mayoría de vascos consideramos que el Pueblo Vasco existe con personalidad propia; tenemos vocación de que siga existiendo en libertad y democracia; y porque respetando y haciéndonos respetar, como todo Pueblo, pensamos que tenemos el Derecho a Decidir nuestro propio futuro en concordia con el resto de pueblos europeos.