QUIENES necesitamos entender por qué pasan las cosas, precisamos argumentos razonados que clarifiquen y den significado a lo que acontece. Encontrar sentido a las circunstancias. Tal vez por esa exigencia de comprender el significado de los comportamientos, su razón de ser y practicidad, me aparté enseguida de las llamadas “ciencias exactas”. Sumar, restar, multiplicar, dividir? tenían un objeto práctico. Hasta las ecuaciones resultaban comprensibles. Como una historia de suspense con sus incógnitas, sus datos ocultos y sorpresas. Ese planteamiento racional de vincular la realidad con una secuencia de causa-efecto se desvaneció de repente con las derivadas, las integrales y los logaritmos neperianos. Es como si se me apagara la luz; y la curiosidad por las matemáticas desapareció.

La curiosidad, sí, es en gran medida el motor del conocimiento. Aunque no siempre lo aprendido sea valioso. Aunque parezca lo contrario. Es lo que yo denomino “cultura-basura”. Por ejemplo, el origen de la palabra “metafísica”. No proviene de Aristóteles, sino del gestor de la gran biblioteca de Alejandría, quien no sabiendo cómo catalogar los estudios del filósofo griego les adjudicó tal mención (metafísica) por la situación espacial en la que se encontraban los cuadernos aristotélicos, situados en la estantería superior a la que albergaba los estudios sobre la física. De ahí la expresión “ta meta ta physika” que en griego antiguo viene a ser algo así como “lo que está más allá, encima de la física”. ¿Para que vale saber esto? Probablemente, para nada. Para quedar como un panoli ante un auditorio de amigos reunidos en torno a unas cervezas. Entretenimiento. Nada más.

La biología no debe ser una ciencia tan exacta como las matemáticas. Todo lo relativo con los bichos y su comportamiento excitaba mi curiosidad. Hablaba de bichos y de su comportamiento. Desde siempre me cautivaron aquellos seres cuyo comportamiento social tuviera algún paralelismo con la actuación humana. Me refiero a las criaturas cuya relación entre especies se desarrolla de forma asociativa, beneficiándose por ello una o las dos partes. A esta relación colaborativa se le denomina “mutualismo”. El mutualismo entre especies puede comprenderse como una relación de trueque o canje biológico en el que cada ejemplar da y gana algo. Dependiendo de qué sea lo cedido y lo ganado, el vínculo puede ser de apoyo mutuo, de simbiosis, de comensalismo, y de depredación o de parasitismo.

Las alianzas de cooperación son como una prestación de servicios convenida. Como cuando las abejas liban el dulce néctar que les presentan las flores mientras, sin saberlo, se impregnan de polen que llevarán hasta otra planta propiciando el intercambio genético y la polinización vegetal. Otro caso de mutualismo de colaboración es el de la flora bacteriana y los humanos. En nuestros intestinos hay un conjunto de bacterias que, en lugar de infectarnos y hacernos enfermar, nos ayudan a descomponer la comida y a realizar la digestión (que aproveche).

La depredación es una relación en la que una parte gana y otra pierde. En este caso, enseguida nos viene a la cabeza la imagen del león y la gacela. La conexión entre ambos animales resulta evidente; uno se come al otro para sobrevivir. Uno gana peso y el otro pierde la vida. Así de sencillo.

Y para cerrar el círculo del mutualismo encontramos la interacción parásita. En ella, unos individuos viven, se alimentan y crecen a costa del otro, causándole un daño que puede ser letal pero que es paulatino, no inmediato, lo que hace que los huéspedes puedan vivir durante largo tiempo a costa de los elementos parasitados. Destacan entre ellos los hematófagos o chupasangres. Aunque trasladado el símil a la vida real encontremos además robaperas, aprobetxategis, caraduras y gorrones de diversa condición.

Planificar un futuro de colaboración, de beneficio mutuo o, por el contrario, tratar de aprovecharse a costa de los demás es lo que en la política del momento toca tras los resultados electorales de generales, municipales y forales. También en estas circunstancias es necesario subrayar la gran diferencia que existe entre Euskadi y el Estado. Por ser concretos: en el Estado, el PSOE de Sánchez obtuvo un respaldo del 28% de la ciudadanía en los comicios generales. En la Comunidad Autónoma Vasca, el PNV fue apoyado por el 38% de los electores en las últimas votaciones locales y forales. Pues bien, en el Estado, Sánchez se cuestiona gobernar en solitario, con acuerdos puntuales con otras formaciones pero desde un ejecutivo monocolor con aportaciones “independientes”. En Euskadi, por el contrario, el PNV habla abiertamente de pactos de coalición. De ejecutivos compartidos. Cultura política diferente. Sensibilidad plural y colaborativa en nuestro caso y concentración de poder y ensimismamiento en el otro.

La evidencia demuestra que en el Estado no termina de cuajar la percepción de que los tiempos han cambiado y que la responsabilidad compartida a la hora de acometer labores de gobierno es mucho mejor que el cálculo puntual de “tanto necesito, tanto pago”. Los primeros indicios de la nueva legislatura en el Estado no auguran nada nuevo en esa tesis. Sánchez y sus seguidores de Ferraz parecen haber asumido que cualquier suma de escaños -o abstenciones- les es buena para resultar investidos. Y en ese paradigma de proteger el propio ombligo hacen gestos para atraer la complicidad de Rivera y los suyos. O para que el navarrismo montaraz intercambie cromos a cambio de recuperar mando en la reinstauración de un régimen que en el viejo reino creíamos acabado.

Los socialistas parecen más interesados en el gobierno que en gobernar, olvidándose de que los problemas estructurales que afectan a España siguen ahí, a la espera de que un compromiso compartido con visión de Estado les haga frente con dedicación, arrojo y eficacia.

En el mapa vasco, la representación institucional resultante del veredicto democrático deja como consecuencia que un gran número de instituciones locales podrían gozar de una sólida estabilidad. Bien porque el electorado primó a las formaciones políticas con notables mayorías -de un signo u otro (PNV o EH Bildu)- o porque la confluencia de dos formaciones permitiría efectos análogos. Eso significa que una gran parte de los ayuntamientos vascos podrán disponer de un marco de estabilidad y de certidumbre envidiable para desarrollar las políticas públicas que sus gestores consideren oportunas. Y eso es sumamente positivo para el país y para el conjunto de la sociedad vasca.

Que los partidos políticos busquen fórmulas de colaboración que viabilicen gobiernos seguros y eficaces es un objetivo a defender en la actual coyuntura. Los acuerdos entre diferentes son, por lo general, buenos para todos; y sumar desde el respeto al competidor debe ser tenido como un valor democrático de primer nivel en nuestra acción política.

Cosa diferente es buscar el pacto o la alianza como elemento de depredación o simplemente de restar fortaleza al adversario. Acordar como castigo a otra formación puede alimentar las vanidades propias o las pretensiones de revancha, pero poco o nada aportará a la expectativa de la ciudadanía. Eso no quiere decir que la configuración de alianzas de mayorías que superen a primeras fuerzas minoritarias no goce de legitimidad democrática. Faltaría más. El valor de la democracia es que mayorías y minorías acepten la capacidad de unos y otros de representar al conjunto de la sociedad, acatando en todo caso a quienes más voluntades populares encarnan y sumen.

En Euskadi, salvo en el infausto tiempo de la Ley de Partidos, no ha habido una política pactada de aislamiento. La existencia de la violencia condicionó notablemente durante años las relaciones entre partidos, pero a medida que la desaparición de ETA comienza a pasar calendarios, la tan deseada “normalización” se acrecienta, hasta el punto de que estamos próximos a ver posibles colaboraciones entre quienes hasta hace bien poco tiempo eran adversarios irreconciliables.

En el horizonte del próximo sábado 15 -fecha en la que deberán constituirse los nuevos ayuntamientos- tendremos en Euskadi un amplio abanico de consistorios con capacidad plena de gestión. Con mayorías holgadas de uno y otro signo que garantizarán cuatro años de horizonte propiciatorio para que la sociedad vasca siga avanzando adecuadamente. Esperemos que ese mutualismo político siga fructificando entre nosotros. Será un signo evidente de madurez y convivencia.