LA no confluencia electoral del PNV y el PDeCat en una coalición para los próximos comicios al Parlamento Europeo del 26 de mayo con la posterior concreción de un acuerdo de colaboración parlamentaria tras los mismos refleja al mismo tiempo la complejidad y la relevancia de las elecciones a la Eurocámara en su novena convocatoria, tan diferente a aquella primera de 1979, celebrada en solo 9 estados con una participación por encima del 63%, veinte puntos más que el 42,6% de 2014. Complejidad porque se dirimen en pleno torbellino político en el Estado y en Europa, también por la reaparición y auge de viejas y peligrosas ideologías populistas, y porque se ven afectadas por la inestabilidad derivada del todavía inconcluso proceso del Brexit. Relevancia porque, como consecuencia, serán decisivas en la reestructuración que en los próximos cinco años deberá afrontar la Unión Europea y en la reformulación -o refundación- de los principios que la alumbraron. De hecho, ambos aspectos se constataron ayer como claves de la próxima cita electoral en la cumbre en Bruselas del Partido Demócrata Europeo (PDE), en la que participaron ocho primeros ministros y líderes de los partidos que se integran en el grupo ALDE de la Eurocámara, entre ellos el PNV. No en vano, la misma indefinición en que se encuentra el proceso del Brexit y la prórroga solicitada por Theresa May hasta el 30 de junio, más allá de la fecha electoral, condicionan ya de por sí las elecciones que, en virtud de la decisión del Consejo Europeo y de la concreción o no de dicha prórroga, pueden poner o no en liza entre el resto de los Estados-miembro los 73 escaños que hasta ahora han correspondido a Gran Bretaña. En el caso del Estado español, cinco más de los 54 que le habían correspondido, con su consiguiente traslación a las perspectivas de representación de las distintas formaciones, también de aquellas que, como PNV y PDeCat, se ven perjudicadas por la legislación electoral y la circunscripción única. No en vano, por su tradición y compromiso europeísta y por su cercanía al corpus social, que tanto demanda Europa, también por sus innegables fundamentos democráticos tan opuestos al populismo, deben ser parte de la reconsideración de la actual estructura que, dependiente de los estados, únicamente condiciona a la UE e impide su concreción y asunción por los ciudadanos.