Me acabo de enterar de que Xabier Arzalluz ha muerto. Me ha cogido de sorpresa. Me piden una nota. Me comprometo a hacerlo, porque en esta profesión las cosas son así y la inmediatez manda, pero con la petición y promesa de que en unos días, cuando esté más sereno, escriba algo más reflexionado, porque se lo merece y porque me apetece. Me honró con su amistad y confianza, y procuré no defraudarle. Coincidíamos en lo fundamental y discrepábamos en todo lo demás. Llevábamos tiempo sin vernos. Cuando hace unos meses le hicieron el homenaje en la Sala de Actos de la UPV en Bilbao, no me acerqué a saludarle, porque estaba demasiado abrumado por cientos de alderdikides que querían hacerle saber que le querían. Ahora me apena.

No todo el mundo le quiso, algo imposible cuando te comprometes como lo hizo él. Su compromiso con este pueblo fue total, en ocasiones arriesgado y no siempre comprendido: con los aciertos y desaciertos inevitables en quien se expone, no calla, no se esconde, a lo largo de décadas de actividad pública. Me queda la impresión de que los ataques del adversario le fortalecían, y que eran los que le llegaban de los pretendidamente suyos los que le dolían más de lo que estaba dispuesto a mostrar. Fue celoso de su intimidad. Mantuvo relaciones profundas con amistades viejas que nada tenían que ver con la política. Dejó para la historia un sinfín de anécdotas y sentencias, que los medios de comunicación recrearán en esta ocasión: también yo tengo algunas, pero me parecería frívolo e injusto echar ahora mano de ellas,

Dejó dicho Luis Mari Retolaza, de cuya mano entró en el PNV cuando el futuro era incierto y poco había qué ganar, que los apellidos de las tres personas más importantes para su partido empezaban por A: Aguirre, Ajuriaguerra, Arzalluz. Sabía de qué hablaba. Añadiré que fue importante no solo para su partido.