eL turista es un espécimen catalogado como todos los ejemplares en zoología; todos parecen estar ya identificados y normalmente no se mezclan, prácticamente como una ballena y un saltamontes, jamás coincidirán ni en el mar ni en el monte y, como los turistas, tienen gustos, preferencias y necesidades diferentes, solo les une el hecho de ser animales, como una ballena o el saltamontes. El más frecuente es el low cost, no importa a dónde ir, el caso es ir y por supuesto, después contar que has ido y lo poco que te has gastado. No abunda tanto el de luxe, famoso por el derroche y destinos tan paradisíacos como exóticos, luego está el foodie, acumulable entre los dos anteriores y las nuevas categorías que pasan por el ecológico y sus alimentos bio, el single, o los zen, ambos muy permeables entre sí, con sus entornos naturales, sus clases de meditación y su silencio terapéutico que amortigüe las eternas neurosis. El turista, que es un gran invento, constituye un ejemplar de distintos perfiles de obligada protección especial por un ministerio de cualquier ramo, lo mismo del Interior, Exteriores o el de la Coquetería social, rural y urbana, porque el turista presume de serlo y el destinatario de acogerlo. Ser turista en su diversidad es muy cansado pero hay siempre que llevarlo muy a gala. Cualquiera de ellos corre el riesgo de desaparecer con la eclosión imparable de todos los demás. susana.martin@deia.eus