UN día como hoy, 7 de julio, paradigma de la fiesta y el disfrute en libertad, es un momento idóneo para reivindicar la fiesta, el derecho a ocupar la calle y a experimentar el disfrute en plena libertad y sin cortapisas a los derechos individuales y colectivos. Vivimos fechas de intensa sensibilización de las situaciones de violencia que experimentan las mujeres. Violencia que agrede a su libertad sexual y a su propia integridad física, como acreditan las últimas muertes de mujeres a manos de sus parejas o exparejas. El recuerdo de Nagore Laffage y el de la joven madrileña víctima de La Manada están en la mente de todos. Reclaman encarar los meses que vienen desde la máxima de que nunca más, por omisión, por insensibilidad o por el cuestionamiento de dónde están los límites de la libertad ajena, tengamos que mirar al espejo de otro fracaso colectivo con la pérdida de otra vida o con otra víctima de esa tortura que es una agresión sexual. Podemos debatir sobre el modo más eficaz de sensibilizar y de mostrar la repulsa a estas realidades. Pero incluso la propuesta mejor intencionada puede acabar construyendo un escenario forzado, como ha ocurrido con las camisetas negras de San Fermín. Porque no se trata tanto de generar situaciones diferenciales sino de integrar del modo más natural e insistente la convicción compartida de que el primer derecho de cualquier ciudadano, con independencia de su género, es el de moverse en libertad. Ocupar las calles en las fiestas y por las fiestas; reivindicar la presencia femenina y su derecho a la diversión en los términos que ellas elijan. Hasta que ninguna mujer tenga que mirar de soslayo hacia atrás con temor en una de nuestras calles. El derecho a la diversión, ahora que se inicia el ciclo festivo estival en Euskadi, debe ser un principio de asunción general. Las formas de diversión propia sean conscientes de los límites que imponen las ajenas. Para ello, hace falta una implicación total. Nadie debe sentirse solo o sola en nuestras fiestas. Establecer un entorno de seguridad y respeto no puede delegarse en medidas coercitivas o en una mayor presencia policial. Al menos no exclusivamente. Es un reto que apela a todos y todas y empieza por reprobar y no participar de los micromachismos tan habituales en determinados momentos y circunstancias festivas.