Respuesta paliativa a la inmigración
El fenómeno migratorio en Europa sigue sin encararse de un modo consensuado y las medidas a adoptar chocan con el temor a los discursos más xenófobos. Falta coordinación más allá de la mera voluntad
SIGUE larvándose una crisis europea en materia de inmigración que parece solapada por un acuerdo de mínimos alcanzado en la última cumbre de la UE que, lejos de haber sentado las bases de una gestión coherente, compartida, solidaria y estable del asunto ha dejado demasiados aspectos imprecisos por no provocar un tensionamiento mayor entre los socios comunitarios. Mientras, la inmigración hacia Europa se ha convertido en un problema por el reto ético, político, económico y humanitario que implica. En las últimas semanas, se advierte con estupor el paso sistemático de personas que se desplazan con absoluta libertad pero también sin medios. Estupor en el sentido que supone la presencia de un amplio colectivo de personas itinerantes que van desplazándose por el corazón de Europa sin que se conozca su destino de un modo claro y que, lejos de haber alcanzado su tierra prometida, siguen dependiendo de la acogida que les dispensen los entornos sociales por los que se mueven. En Euskadi, el caso de los últimos días en los que una población flotante de varias decenas de personas dependen a diario de la asistencia de voluntarios ha puesto el foco sobre un fenómeno desacostumbrado. Nos hemos convertido en zona franca, en territorio de paso. Esta ruta se ha situado en el punto de mira no solo del flujo presuntamente organizado desde el sur de la península, sino que también es una vía de tránsito identificada por las mafias que explotan como negocio este tráfico humano. Así lo denuncian los servicios sociales y las ONG que reciben en primera instancia a estos colectivos -fundamentalmente en Andalucía-. En un entorno de debate estéril, y en no pocas ocasiones de perfil xenófobo, Europa no está acertando a encarar el asunto. En ausencia de un acuerdo marco claro y estable, que no deje dudas sobre las responsabilidades de cada cual y las medidas a aplicar, que deberían ser una mixtura equilibrada de acciones humanitarias, disuasorias y de mejora de las condiciones de vida en origen, las instituciones locales están inermes ante el fenómeno. Las vascas no pueden prever el volumen de ese flujo y, en consecuencia, tampoco dimensionar los medios; la aportación de las ONG es voluntariosa, pero igualmente precisa de una estrategia más amplia que la meramente paliativa. Coordinar todos los esfuerzos requiere de un compromiso al máximo nivel europeo y estatal.