EL absentismo escolar, esto es, la falta de asistencia continuada de un alumno al centro educativo sin causa que lo justifique, representa objetivamente un fracaso y un problema no solo educacional sino fundamentalmente social y es reflejo, al mismo tiempo, de determinadas circunstancias familiares y económicas en entornos a menudo complejos. Por ello, es imprescindible abordar el asunto con perspectiva y rigor para prevenir, detectar y, en su caso, atajar el problema y sus efectos. En Euskadi, el absentismo escolar se encuentra en uno de los niveles más bajos, alrededor del 1,6%, lo que no significa que no haya que implementar medidas para frenarlo. De hecho, en el curso pasado se registró un repunte con 3.337 casos, 374 más que en el año anterior. Es necesario, por tanto, abordarlo en su necesaria dimensión, porque el fracaso que supone para un número determinado de alumnos tiene muchas posibilidades de convertirse en una frustración social y laboral futura. Los expertos consideran que las causas principales aunque no únicas del absentismo están principalmente en la familia -que, en ocasiones, consiente e incluso propicia las ausencias a clase- y en el entorno -a menudo desfavorable y que influye negativamente en el ánimo del alumno-, aunque también resulta determinante en etapas superiores la escolarización obligatoria hasta los 16 años. De ahí que a la hora de buscar soluciones al objetivo fundamental de fomentar la escolarización deban implicarse en especial las familias pero también el centro escolar y, en su caso, las instituciones. La labor de prevención con el fin de detectar el problema cuanto antes para poder actuar en sus inicios es la primera tarea a abordar, para lo que el profesorado tiene que tener la formación y sensibilidad adecuadas. Pero el reto esencial es implicar a las propias familias afectadas. En este sentido, cobra especial importancia la iniciativa pionera que está llevando a cabo el instituto Artabe de Txurdinaga, en Bilbao, en la que las familias llegan incluso a acudir a clases con sus hijos, compartiendo así espacios, horarios y hasta asignaturas con ellos, lo que redunda en la asunción mutua de responsabilidades ante la educación de los jóvenes. Se trata, en definitiva, de actuar en el núcleo del problema para que los alumnos tengan la oportunidad de completar su desarrollo educativo e integrarse de manera efectiva en el entorno social y laboral.
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