La mamá de Forrest decía que la vida es como una caja de bombones. Mi ama decía: allá donde vayas, ve con el corazón. Y con él voy, y a veces juraría que se para, por ejemplo, cuando veo a un adolescente entrar a una cafetería, y pedir, con voz entrecortada y en bajito, quizá por vergüenza, y acercándose a cada cliente, pidiendo algo para comer. Y parado se queda cuando nadie de los que se encuentra en esa cafetería le presta la mínima atención, como si no existiera.

Sé que esto, por desgracia, está a la orden del día, e ignoro el motivo de esas personas para pasar de ese adolescente. Yo no lo hice, pero este no es el tema; como yo hay miles que, teniendo lo justo, se las arreglan para pagar un pintxo y un café a quien tiene hambre.

Sí, ya sé que hay comedores sociales, ayudas..., pero lo que cuenta, como en este caso es el momento, el lugar y la persona. O lo haces, o no. Lo que me sorprende es que esas personas son las que dicen: “Yo dinero no doy, pero si me piden algo para comer, ¡por supuesto que se lo compro!”. Pues no, no fue así en esa ocasión. No soy una buena samaritana, ni hago una buena obra al día, pero la forma y la mirada con la que ese chico me dio las gracias y ver cómo se lo comía, con hambre y ansiedad contenida, hizo que se me escapara una lágrima. Quizá tenía el día sensible, o pensé en mi hijo, que más o menos tiene la misma edad, y si por alguna causa -Dios no lo quiera- se viese en esa situación, la que fuera la de ese chico, pido por favor que alguien, quien sea, lleve ese día el corazón en la mano, y pueda pagarle un simple café y un pintxo de tortilla. En el peor de los casos, solo le costará una lágrima.