Gracias irónicas y gracias de verdad
Hay gente para todo. Gente pícara y gente comprometida. El pasado día 14, encontré que a mi coche le habían dado un golpe mientras se encontraba aparcado en la getxotarra calle Villa de Plentzia y le habían arrancado el parachoques trasero, que prácticamente estaba caído en el suelo. Ni una nota, aunque sea para poner un simple He sido yo. Mi cabreo fue monumental, ya que, además del quebranto económico que me iba a suponer arreglar los desperfectos, tenía pedida hora para pasar la ITV, algo imposible teniendo en cuenta las condiciones en las que estaba la carrocería. Así que al día siguiente fui con el coche a un taller cercano a mi domicilio, Carrocerías Sancho, con la esperanza de que me pudieran recomponer la avería con el fin de no perder la hora pedida para pasar la inspección técnica. El encargado, amable y solícito, me dijo que volviera en una hora, que no me preocupara y que, aunque no podía prometerme nada, el golpe podía tener una fácil solución. Dejé el coche en sus manos y regresé al cabo del tiempo establecido. Allí estaba el parachoques, en su sitio y como nuevo. Contento como unas pascuas, le pregunté al encargado cuánto le debía por el trabajo y ahí mi sorpresa ya fue rotunda. “Nada”, dijo, “acuérdate de nosotros cuando tengas un trabajo importante”. Se lo agradecí enormemente y recomendaré su taller a todo aquel que lo necesite. Y es que este percance me recordó que hay dos tipos de gracias: las irónicas, que le mando al que me arrancó el parachoques, y las de verdad, las que le mando desde aquí al encargado de Carrocerías Sancho.