EL Estado y la Revolución es un opúsculo sin acabar. Lenin dejó sin escribir la sección dedicada al examen de las revoluciones rusas de 1905 y febrero de 1917, que según su visión se integraban en un mismo ciclo revolucionario. Fue la agudización de la crisis política que desembocó en la llamada Revolución de Octubre la que le llevó a abandonar la redacción de esta última parte, que nunca pudo concluir.
Para entonces, los bolcheviques contaron con una teoría revolucionaría contrastada en la polémica constante (lucha ideológica) que Lenin estimulaba obsesivamente, tanto con sus adversarios en el seno del partido como con sus enemigos. Ciertamente, era una teoría revolucionaria que manejaba una pequeña minoría consciente. Pero este era un cuestionamiento ante el que Lenin replicaría que, en realidad, la amplia mayoría de los obreros y las masas eran totalmente inconscientes del camino que debía seguirse para lograr su emancipación.
Ante esta situación, defendía que necesariamente “solo un partido dirigido por una teoría de vanguardia puede cumplir la misión de combatiente de vanguardia” para poder dirigir a la mayoría inconsciente hacia su emancipación (“¿Qué hacer?”). De esta manera, el partido marxista-leninista se conformó como un partido vertical definido como “destacamento consciente” y formado por combativos militantes a los que se exigía la más estricta disciplina (“Un paso adelante, dos pasos atrás”).
escenarios de doble poder La Revolución de Octubre fue posible debido a la destreza del leninismo en el manejo de la situación de doble poder generado en las grandes ciudades tras los acontecimientos de febrero. Sobre este escenario, competían el Gobierno Provisional (que “debería ser derrocado, porque es oligárquico, burgués y no un gobierno del pueblo”) y los Soviets de Diputados de Obreros y de Soldados (que serían, por el contrario, “una dictadura revolucionaria, esto es, un poder directamente basado en la toma revolucionaria, en la directa iniciativa del pueblo desde abajo”), capaces de organizar y movilizar a masas de obreros y campesinos. La evolución del escenario de doble poder conllevó una espiral creciente de antagonismo entre el poder institucional-formal contra el poder popular y de masas.
A la vuelta de Lenin del exilio, los bolcheviques retiraron su apoyo al Gobierno Provisional, levantaron la consigna de “Todo el poder para los Soviets” y fueron tomando posiciones en el aparato dirigente de estos últimos hasta lograr la mayoría en las ciudades más importantes. El levantamiento de Petrogrado del 25 de octubre -según el calendario juliano- fue legitimado por el Congreso Panruso de los Soviets, en el que para entonces los bolcheviques disponían de una cómoda mayoría.
A pocas semanas (25 de noviembre) del golpe revolucionario, se celebraron unas elecciones a Asamblea Constituyente que habían sido previamente convocadas por el Gobierno derribado. Las ganó el Partido Social-revolucionario (PSR) con una cómoda mayoría absoluta. Se repetía, por lo tanto, un escenario de doble poder en el que el ejecutivo constituido por los Soviets (de mayoría bolchevique) podría haber coexistido (y competido) con el nuevo órgano constituyente en el que los bolcheviques eran minoritarios. En este caso, la mera posibilidad de dualismo fue cortada de raíz. La Asamblea Constituyente se reunió una sola vez en enero de 1918 y fue disuelta por la fuerza.
En este breve examen, nos quedaría por valorar la importancia que, en el paradigma que se evoca con la remembranza de la revolución rusa, adquirirían las demandas de respeto a las singularidades nacionales. En este sentido, habría que decir que lo determinante en el marxismo-leninismo es el seguimiento invariable a sus principios y reglas de carácter universal, que se reproducen casi miméticamente aquí y allá. Esto es así porque lo general está presente en la esencia singular de todas las cosas, según la propia filosofía marxista.
Los hechos diferenciales La relevancia de lo particular, de los hechos diferenciales que caracterizan a cada país, depende sin embargo de variables históricas, subordinados siempre a los fines más o menos inmediatos que se persiguen desde el campo revolucionario. En este marco, la cuestión nacional (para nosotros, lo abertzale) se ha tratado como una demanda auxiliar de la revolución, y es meramente táctica. Lenin es claro al respecto: “El marxismo es incompatible con el nacionalismo, incluso el más justo, puro, refinado y civilizado de los nacionalismos” (cita en Unidad proletaria y diversidad nacional, obra de Hélène Carrère d’Encausse). A pesar de esa incompatibilidad, “los movimientos marxista-leninistas han aprendido a arropar sus llamamientos prerrevolucionarios con el manto del etnonacionalismo? como medio para hacerse con el poder” (Walker Connor).
En coherencia con esa visión, los bolcheviques utilizaron el derecho de autodeterminación nacional como gancho para atraer al proceso revolucionario a los movimientos nacionales sometidos. A partir de la toma del poder de Lenin, el debate adquirió otro cariz: “¿Puede utilizarse la autodeterminación contra los soviets?”. La historiadora Carrère d’Encausse afirma que Lenin sometió finalmente la prometida “autodeterminación de las naciones” a las nuevas condiciones creadas tras la toma del poder por los bolcheviques. La nueva visión, congruente con la dialéctica marxista, sostenía que la autodeterminación no correspondería ejercerla a las naciones sino a los trabajadores. Tal y como más tarde pudo decir el mismo Argala, la pertenencia nacional vendría a separar a los trabajadores y únicamente podría unirlos en su misión la realización de la autodeterminación desde una perspectiva universal de clase obrera.
La “Brújula del socialismo” La adopción por Sortu del paradigma de la Revolución rusa como “brújula del socialismo”’ tiene implicaciones doctrinales muy concretas, aunque no se planteen explícitamente en las ponencias recientemente aprobadas por tal partido. En primer lugar, es una garantía de carácter ideológico que sirve para marcar el horizonte con fidelidad a la ortodoxia doctrinal y neutralizar de esta manera la tentación de dejarse llevar por el oportunismo de lo particular e inmediato.
En lo que al modelo organizativo se refiere, sus propios aliados de Eusko Alkartasuna (EA) han percibido con claridad que la reorganización de la coalición EH Bildu se debe al afán centralizador de un Sortu al que el propio lehendakari Carlos Garaikoetxea calificaba abiertamente como marxista-leninista.
Por lo demás, Sortu se mueve en torno a un planteamiento estratégico de gradualidad revolucionaria, con un programa de radicalización democrática, tratando de aprovechar todas las oportunidades de negación que pueden ser capitalizadas en clave de poder popular. El mecanismo estratégico es también análogo al que desarrolló Lenin. La izquierda abertzale ha definido tres ámbitos principales de confrontación: el ideológico, el institucional y el de masas. Se busca la activación popular, recuperar el potencial de conflicto perdido y abrir múltiples frentes de lucha, crear doble poder y finalmente desbordar a las instituciones democrático-formales.
Finalmente, en relación con su concepción de lo nacional-patriótico, la lógica de Sortu es también fielmente leninista. Su referente principal no es la continuidad o la prosperidad de la singularidad nacional vasca. Arnaldo Otegi no se cansa de reprobar el nacionalismo: “No somos nacionalistas, somos independentistas” (Berlín, 14-01-2017). El partido vanguardia de la izquierda que se autodefine como aber-tzale insta a quebrar la sociedad aquí -incitando “procesos que polaricen a la sociedad” (ponencia Abian)- para promover la caída del llamado régimen del 78 que rige en Madrid.
Para el leninismo, no hay alma nacional a la que merezca darse continuidad, puesto que lo nacional y lo social no representan contenidos alternativos. Lo nacional no remite a contenido alguno, solo representa una imagen formal. Lo esencial en el proyecto revolucionario siempre es la naturaleza de clase con la que el proyecto se alinea. En coherencia con esta idea, Sortu afirma que “la lucha de liberación nacional es expresión de la lucha de clases”. En coherencia con lo que postula el marxismo-leninismo para el que, como concluye la especialista Carrère d’Encausse, “la clase, categoría permanente, prevalece sobre la nación, que es transitoria”.