EL horrendo atentado terrorista perpetrado ayer en el corazón de Barcelona que causó trece muertos y más de 80 heridos nos vuelve a situar, más allá de la repugnancia que pueda sentirse y la condena sin paliativos por estos asesinatos, ante una realidad brutal que no nos ha abandonado en los últimos años: la de la amenaza global, indiscriminada y despiadada de la sinrazón. En primer lugar, es obligado mostrar, además del radical rechazo, el profundo dolor y solidaridad para con todas las víctimas y sus familias así como para la ciudad de Barcelona y para Catalunya, que lloran con lógica rabia, impotencia e indignación las trágicas consecuencias de la barbarie reivindicada por el Estado Islámico. Significativamente, el ataque de ayer es el primer atentado de carácter yihadista que tiene lugar en el Estado español desde el 11-M, circunstancia que reviste a este crimen de unas circunstancias especiales que remiten a la página más negra de la historia del terrorismo. Además, el modus operandi con el que actuaron los presuntos yihadistas en la Rambla es calcado al rosario de atentados que están teniendo lugar en distintas ciudades de Europa en el último año, comenzando por el de Niza en julio de 2016 (86 muertos) y que continuó en Berlín, Estocolmo, Londres y París, con la utilización de un vehículo en lugares emblemáticos y con gran afluencia de gente para atropellar de manera indiscriminada a cuantas personas los terroristas se encuentran a su paso. La aparentemente sólida reivindicación del Estado Islámico confirmaría la permanente amenaza que este grupo mantiene contra el territorio del Estado español. En momentos dramáticos como este, es obligado un llamamiento a la prudencia. En primer lugar, para evitar una injusta criminalización generalizada del mundo musulmán, cuyos componentes -no hay que olvidarlo- son las primeras víctimas de estos verdugos. Además, es necesario actuar con cautela ante la consciencia plena tanto de que la amenaza permanece y continuará presente, como de que la plena seguridad es imposible, máxime cuando el terror busca precisamente amedrentar a toda la sociedad causando el mayor número de víctimas mortales posible. Ante ello, solo queda reforzar todos los sistemas de protección posibles y necesarios y reivindicar sin ambages los principios de la democracia y la libertad.
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