Del socorrido saludo ciudadano, “¡Hola!, ¿qué tal?” asistimos, de un tiempo a esta parte, a la consabida respuesta “¡Bien¡ ¿y tú?”. Actualmente hemos pasado a responder: atónito, incrédulo, asombrado, cabreado, turbado, perplejo y un sinfín de palabras; jodido en definitiva. Asistimos todos los ciudadanos y ciudadanas a una desconcertante forma de hacer política. El filósofo inglés Thomas Hobbes (1588-1679) propuso por primera vez que el origen del Estado fuera un pacto entre todos los ciudadanos y ciudadanas, pero hay que reconocer que el hombre, en estado de naturaleza, “es un lobo para el hombre”. Cada día, en este Estado español, es extraño no encontrar mensajes, titulares y noticias que proporcionan los políticos para que prevalezca su verdad, amedrentar a los débiles y proteger sus propios intereses. Día sí y día también, desayunamos con nuevos casos de corrupción, de tráfico de influencias, de blanqueo de dinero, comemos ante el televisor con huelgas y manifestaciones, cenamos con tertulias y dimes y diretes entre políticos metidos a periodistas, y soñamos con un final lleno de felicidad. Mientras el pueblo liso y llano sigue existiendo a duras penas, aparece esta impunidad política generalizada en esta casta singular, vertiendo mentiras a troche y moche. Un Estado considerado aconfesional y como bien dicen mayoritariamente católico; olvida y no ejecuta los principios solemnes de la revolución francesa 1789 “Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos” y la declaración de Naciones Unidas 1948 “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”.