Quiero dejar claro que tengo las ideas claras sobre quiénes son los culpables de que la sociedad camine rápidamente hacía un escenario con una clase dominante que posee la mayor parte de la riqueza, una clase media acogotada y una clase desheredada provocada por el capitalismo más cruel y su globalización de la miseria. Además de esa plaga endémica que es el fraude fiscal.

Dicho esto me sorprenden los partidos autodenominados progresistas, los agentes sociales y los ciudadanos particulares que exigen a la administración un incremento sustancial de las ayudas públicas para los más desfavorecidos.

Eso es muy loable, incluso imprescindible desde un punto de vista humanista, pero está complicado porque la vaca de los impuestos no da leche para todo. Considero que hay que fijar prioridades, ayudando primero a los “de aquí”. Y denomino “de aquí” a quienes cumplan unos mínimos de años de empadronamiento y de contraprestación pasada o presente mediante cotizaciones e impuestos, ni más ni menos como los demás, sea cual sea su origen, color o religión.

Y pongo dos ejemplos, el de un viudo/a que tras años de cotización del cónyuge fallecido perciba ahora una miseria de pensión que no le permite ni pagar la electricidad o el agua o sus necesidades de una alimentación correcta o el de un inmigrante integrado que se haya quedado en el paro tras años de duro trabajo en la CAV.

Y para los que no cumplan esas condiciones y estén en una situación complicada, y tras una criba para descartar a los profesionales de las ayudas, se podrían orquestar otro tipo de fuentes de financiación, por ejemplo que lo mismo que se marca el 0,7% en la declaración de la renta para la religión católica u otras organizaciones, se habilite un impuesto adicional voluntario para aquellos que quieran con su buena fe ayudar a otros colectivos.

No tiene ningún mérito poner sobre la mesa el dinero de todos.