Cuando el viernes 20 de enero, a las 12.00 (hora local en la capital de Estados Unidos, 18.00 horas en Euskadi) el electo presidente Donald John Trump juró su cargo (con todo el boato) en la explanada del Capitolio, como 45º presidente de la que dice ser la primera potencia mundial, se consumó lo que muchos ni en sus peores pesadillas pensaron que podía llegar a ocurrir. Pase que un personaje zafio, y hasta algo vulgar, haya podido alcanzar (con trampas o no) la máxima magistratura de su país, pero lo que realmente preocupa, asusta y crea todo una “incertidumbre” no solo entre sus propios compatriotas (a los que les pueda quedar dos dedos de frente) ante sus propuestas en la campaña electoral: véase construcción de muros, desprecio a las minorías y a las mujeres, sus ademanes chulescos con la prensa que no le es propicia y así un larguísimo etc. En el plano internacional sus propuestas, que poco tranquilizan a la Union Europea (amigo de los ultra y de los que desertan de ella) en fin toda una preocupante incognita. Se ha rodeado de una serie de incondicionales colaboradores (de cada casa el mejor) para sus labores de gobierno. Empezando por su vicepresidente, Mike Pence, de férreas ideas conservadoras (antiabortista y contrario a los matrimonios homosexuales), así como de negacionistas del cambio climatico, firmes partidarios de proteger la educación privada, más aún si cabe, detractores de las vacunaciones infantiles (estas crean autismo) retrocesos para la ciencia (contrarios a la investigación con células madre) y, como no, defensa a ultranza de las armas. Como ven, de lo mejorcito. Solo queda, les queda, a los estadounidenses y quizá al resto del mundo normal invocar ese God bless America (Dios bendiga a America) al que son tan dados a mencionar, para contener ese 45 disparate.