Si un sistema político no puede controlar a su presidente, entonces no es una democracia, sino una dictadura. El nuevo inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump, ha desplegado una febril carrera de órdenes ejecutivas y memorandos en su primera semana como presidente de los Estados Unidos. El mandatario republicano ha firmado un total de quince iniciativas que ponen oficialmente negro sobre blanco las promesas que realizó durante su campaña electoral, y que los más optimistas tomaron como bravuconadas que el nuevo presidente atemperaría tras darse un baño de realidad con su llegada al poder. No ha sido así, al menos en la forma. El fondo es otra cuestión. En efecto, Trump ha dado los primeros pasos formales para el desmantelamiento del Obamacare (la reforma sanitaria que ha dado un paraguas sanitario a veinte millones de personas desfavorecidas), ha ordenado la retirada de su país del Acuerdo de Asociación Transpacífico, ha suprimido fondos a iniciativas relacionadas con el aborto, ha desbloqueado la construcción de dos grandes oleoductos, ha ordenado construir su muro en la frontera con México, ha retirado las partidas federales para las denominadas ciudades refugio (Nueva York, Los Ángeles, Chicago...) que protegen de la deportación a inmigrantes irregulares y, por último (de momento), ha firmado la prohibición de entrada a musulmanes de siete países, escudándose en su supuesta estrategia de lucha antiterrorista. Curiosamente, en la lista de esos siete países no están Egipto, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Jordania y Turquía, cuando los autores de los atentados del 11-S, por ejemplo, provenían de varios de esos estados. Ya hay quien alerta del primer posible conflicto de intereses entre el cargo del presidente y sus negocios, ya que sus compañías, hoy en manos de sus hijos, tienen negocios en esos lugares. Las formas, por tanto, no están siendo las más homologables con una democracia pero, como decíamos, lo que importa es el fondo. Y ese fondo lo deben sustentar estamentos como la justicia (una jueza federal ya ha bloqueado el veto a los musulmanes), las cámaras de representantes, los gobierno locales y estatales... De no hacerlo, Estados Unidos corre el riesgo de migrar de su estatus de gran democracia al de gigante cabalgado por un sátrapa. La credibilidad de las instituciones de Estados Unidos está en juego. El mundo civilizado confía en su integridad y fortaleza.
- Multimedia
- Servicios
- Participación
