CONDUCIR oyendo la radio informa, entretiene y de vez en cuando te depara sorpresas que te dan qué pensar. Eso me ocurrió el pasado viernes a la mañana, cuando iba al trabajo atento a los tertulianos del programa Boulevard de Radio Euskadi. Ese día de la semana intervienen Iñaki Soto, director de Gara; Lourdes Pérez, subdirectora de El Diario Vasco; y Bingen Zupiria, director de DEIA. Sin desmerecer a otros tertulianos, este trío es el que más me convence de la programación pues sus opiniones representan muy fidedignamente las tres corrientes sociopolíticas más influyentes, hasta el presente, de nuestro país: la izquierda abertzale, el socialismo y el nacionalismo. Así como lo creo, lo escribo. Resultó que se acababa de conocer el fallecimiento de Leonard Cohen, muerto en Los Ángeles el lunes anterior. Cohen, de familia judía de clase media, había nacido en 1934 en Montreal (Canadá) si bien en un área anglófona. Curiosamente, poco se habla del origen judío de Cohen que, a mi juicio, es determinante en su visión del mundo y en su poesía siempre alrededor del amor, místico más que carnal, la religión, las relaciones de pareja, la depresión psicológica y -de vez en cuando- la política; en suma: un juglar rabínico que creaba vida, no la copiaba. El inglés fue su lengua de comunicación y de creación y es cosa sabida que la lengua no solo sirve para expresar el pensamiento sino también para moldearlo. Alcanzó un temprano reconocimiento como poeta inspirado en William B. Yeats, Walt Whitman y Federico García Lorca. Su admiración hacia el poeta andaluz le llevó a poner por nombre Lorca a su hija; ya se conoce la costumbre de muchos norteamericanos -canadienses incluidos- de llamar a sus hijos sin atenerse al santoral o a la tradición. Para quienes no conozcan el cancionero de Cohen, les ofrezco una pista cercana: Benito Lertxundi, a quien considero un Cohen vasco, más naturalista, no atormentado, igualmente intimista.

El presentador del programa preguntó a los tertulianos-periodistas cuál de las canciones de Cohen les gustaba más. Sus respuestas me llevaron a escribir estas líneas. Iñaki Soto eligió The partisan (El Partisano). Se trata de un himno a la resistencia: “Cuando atravesaron la frontera (los alemanes) cogí mi pistola y me escapé? éramos tres esta mañana, soy el único esta noche pero debo continuar? la libertad pronto vendrá; entonces saldremos de entre las sombras”. Al elegir esta canción, bellísima por cierto, Soto muestra sus credenciales de izquierda abertzale tal cual la hemos conocido de siempre. Ignoro si el director de Gara conoce que el sindicato Solidaridad la eligió también como himno propio en su lucha contra el sistema comunista polaco. Lourdes Pérez optó por Halleluhah, que es un canto a la fe. “Tú fe era fuerte pero necesitabas ser probado? He dicho la verdad. No vine a engañarte e incluso aunque fuera todo mal... permanecería delante del Señor sin nada en mi lengua salvo el Aleluya”. Es la canción de Cohen más versionada. La fe es el sustento de la persona sumida en el desconcierto, incapaz de entender lo que sucede y que sin embargo mantiene la esperanza. Bingen Zupiria se inclinó por Suzanne. Se trata de un canto al amor: “Puedes pasar la noche junto a ella y sabes que está medio loca pero por eso mismo quieres estar allá y sabes que puedes confiar en ella porque ha tocado tu cuerpo perfecto con su forma de pensar”. La letra habla del amor y también de la meditación religiosa, haciendo una sola cosa de ambas. “Jesús era un marinero y dijo: todos los hombres serán marineros hasta que el mar los libere”. Hablar de lo que para Cohen significa el amor daría para mucho, aunque basta decir que el poeta-cantor pasó años de su vida viviendo en la isla griega de Hidra, donde aprendió la diferencia entre ágape y eros, entre el amor ideal o comunión de almas y el deseo físico, diferencia que los vascos, influidos por el catolicismo jansenista -el sexo como algo oscuro- hemos necesitado muchos años y experiencias personales para normalizar. Zupiria, prototipo de vasco de esa hechura, se mostró tal cual al elegir Suzanne.

Que a Soto le inspire la resistencia, a Pérez la fe y a Zupiria el amor me lleva a conclusiones que se me escurren entre los dedos, pues resistencia, fe y amor idealizado son tres pulsiones del alma humana de altísimo voltaje. Y de enormes consecuencias si las transferimos a la política. Casi casi me resisto a escribir lo que leerán a continuación, pues creo que sostener una fe en la relevancia política de la literatura o de la música me parece algo sumamente exagerado. La resistencia es el mito fundacional de la izquierda abertzale, que nació para resistir al franquismo, a la Transición política (llamada ahora “régimen del 78”), a la represión policial, al regionalismo, al neoliberalismo, a la globalización y a lo que se ponga por delante. La fe es el aglutinante socialista, y que nadie vea ironía en esta afirmación dirigida a quienes hicieron del laicismo su segunda bandera. Fe en un futuro luminoso, fe en el progreso de la humanidad, fe en las siglas más veteranas de la política vasca, fe en la inercia política pues si han pasado por situaciones peores por qué la presente va a resultarles fatal. La identificación entre territorio y ciudadanía, telos y demos, es la expresión de un misticismo político de proclamado amor al país, un Euskadi maite que podría haber escrito Benito Lertxundi si no se hubiera anticipado con su balada dedicada a Bizkaia, para mi gusto la cima del lirismo folk euskaldun. Un misticismo que se convierte en patriotismo y que no debería ser ajeno a la izquierda. El poeta símbolo de la República, junto con el mentado Garcia-Lorca, fue un pastor de cabras alicantino llamado Miguel Hernández, muerto de tuberculosis en las cárceles franquistas. Jugando con la identificación entre tierra y país, dejó escrito: “¡Y que buena es la tierra de mi huerto! Hace un olor a madre que enamora”.

En las discusiones, a principios de los años 70, sobre nacionalismo burgués y nacionalismo revolucionario, muy importantes en aquella época, pues estaba en juego quién tendría la hegemonía política, si el PNV o la emergente izquierda abertzale, un jelkide al que yo pretendía convencer, de cuyo nombre me sigo acordando, me preguntó a bocajarro que a quién quería más, si a Euskadi o a los obreros, dejándome bien a las claras cuál era su idea de país y su opción preferencial.

Les recomiendo que escuchen las tres canciones elegidas por los periodistas. Mejor si pudieran contemplar al mismo tiempo un cuadro de Turner en el que los contornos definidos quedan difuminados por la niebla, en cuyo fondo se vislumbra un misterioso resplandor: el propio ser. Pues si me preguntan en qué consiste ser vasco hoy, no se me ocurre mejor respuesta que un ser resistente ante la crisis, con fe en el futuro y amor al país a pesar de los pesares. Me quedo con las tres canciones. Envuélvamelo. Mejor aún me llevo toda la colección.