TRANSCURRIDO más de un mes desde las elecciones del pasado 26 de junio y más de siete desde las del 20 de diciembre, la situación política y la gobernabilidad del Estado español siguen prácticamente en el mismo punto muerto, agravadas por la parálisis, la incertidumbre económica bajo la presión de Europa y la alucinante perspectiva de que sean necesarias unas terceras elecciones, un escenario que todos los agentes consideran catastrófico y que hace solo unos meses parecía impensable. Incapaces de sumar aliado alguno, Mariano Rajoy y el PP continúan instalados en la soledad política y parlamentaria y, lo que es más grave, su actitud en todo este tiempo peca de la misma indolencia y falta de iniciativa que ha caracterizado su política en los últimos meses. Por si todo esto fuera poco, el presidente en funciones ha elegido escamotear su incompetencia envolviendo su acción en una nueva -la enésima- ceremonia de la confusión en la que, ante la incredulidad general y pese a las advertencias de los expertos constitucionalistas, es capaz de sostener que acepta el encargo del rey de formar gobierno pero no garantiza siquiera que se someterá al veredicto del Congreso de los Diputados sobre su investidura. Con ello, Rajoy se blinda ante la posibilidad de que Pedro Sánchez pudiera dar el paso de buscar una fórmula alternativa al PP, eventualidad cada vez más diluida, y confía en que finalmente el PSOE claudique ante la perspectiva de aparecer como el culpable último del bloqueo. Pero cuanto antes asuma Mariano Rajoy que o bien se retira -opción que ni contempla- o que para volver a ser presidente va a tener que sufrir primero una derrota en toda regla en el Congreso con los duros reproches a sus políticas y actitudes y con los sonoros noes de toda la oposición a su investidura, antes estará en condiciones el Estado español de superar el bloqueo e iniciar una nueva etapa, que ya se verá hasta dónde puede llegar. En este contexto, el calendario es implacable y señala el 26 de agosto como la última fecha para celebrar la investidura, ya que ninguna otra garantiza la aprobación de los presupuestos de 2017, con todo lo que eso significa cuando Europa tiene a España bajo su lupa. Lo más grave es que pese a este panorama, Rajoy se desenvuelve como si no pasara nada, mientras el fantasma de unas terceras elecciones sobrevuela la política del Estado de manera irresponsable.