LA sociedad vasca se ha vuelto a sentir consternada en los últimos días al conocerse la noticia de la muerte en Bilbao de una mujer presuntamente a manos de su pareja, un hombre con antecedentes de violencia machista que se encuentra detenido. Ante este hecho tan brutal, la ciudadanía y las instituciones salieron a la calle como señal de repulsa por el crimen y en demanda de tolerancia cero frente a la violencia contra las mujeres y de la implicación de toda la sociedad en su erradicación. El asesinato de Aran-tza Palacios -que tuvo lugar la semana pasada- es el primer caso de muerte por violencia de género registrado en Euskadi en lo que va de año. En el Estado son ya 27 las mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas, cifra que eleva hasta las 854 el número de víctimas mortales en los últimos trece años, desde que en 2003 comenzaron a registrarse los datos oficiales. Se trata de una cifra similar a la de las víctimas causadas por la violencia terrorista de ETA, contra la que tuvo lugar una gran reacción y sobre todo implicación social e institucional fruto del hartazgo y del compromiso ético que coadyuvó de manera determinante en su desaparición definitiva. Porque el primer y decisivo paso tiene que ser el de la implicación real de todos los estamentos sociales contra la violencia machista. La imagen de unidad que pudo verse ayer ante el Ayuntamiento de Bilbao -al igual que sucedió la semana pasada en Barakaldo en protesta por una agresión sexual o en Iruñea, tras la violación a una joven durante los Sanfermines- con la participación de todos los grupos políticos en el acto de repulsa por el último crimen -hecho que contrasta, y así hay que constatarlo también, con la escasísima presencia de ciudadanos anónimos- es imprescindible en la necesaria concienciación, pero no basta. La decisión del Ayuntamiento bilbaino de personarse y ejercer la acusación popular contra el presunto asesino de Arantza Palacios y las palabras del alcalde, Juan Mari Aburto, respecto a que este crimen “no nos resulta ajeno y nos sentimos dañados como institución y sociedad en lo más hondo” suponen un importante paso en la implicación social. En cualquier caso, solo la victoria en la dura batalla por la igualdad real y total entre hombres y mujeres, en la que todos estamos concernidos, puede terminar con la lacra de la violencia machista.
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