EL lehendakari no ha esperado ni 24 horas desde el final del período de sesiones del Parlamento vasco para convocar elecciones autonómicas en el último domingo de setiembre, día 25. Se ha tomado el tiempo justo de constatar la actitud de los líderes políticos de los partidos llamados a definir la gobernabilidad en Madrid. La conclusión de Iñigo Urkullu ha sido no añadir incertidumbre electoral en Euskadi al juego de espejos en el que han convertido la política quienes la mantienen en estado vegetativo desde diciembre. La clarificación de la fecha de las elecciones en Euskadi permite tomar la delantera a un calendario que, además de estar siendo manipulado en el Estado por intereses ajenos a las prioridades de los vascos -y de los españoles-, se ha mostrado incapaz de ofrecer ninguna estabilidad a las instituciones del Estado durante los últimos siete meses. Contagiar a las vascas de esa dinámica supeditando su conformación a la resolución del laberinto de la investidura española no hubiera ido en beneficio de los ciudadanos de este país. De hecho, si algo se ha revelado en lo que llevamos de año, es que los debates sobre la gobernabilidad en España han borrado cualquier iniciativa en las materias que interesan a las sociedades española y vasca, con sus propios anhelos, necesidades y características sociopolíticas y económicas. Retrasar esos retos a una eventual tercera convocatoria electoral en España hubiera sido dilapidar un tiempo que nadie entendería. Si han de haber cuatro elecciones en un año, ¿por qué habría de ser la más cercana a los vascos la que cierre ese calendario? Resulta artificial que el primer mensaje de la precampaña de algunos partidos vascos sea cuestionar la fecha de los comicios. La legislatura podría haber culminado en junio, cuando correspondía al calendario del Parlamento. Si se habilitó julio fue porque había iniciativas que merecían fructificar, como así ha sido hasta el último pleno, donde se han aprobado leyes de turismo y de abusos policiales. En consecuencia no hay adelanto a conveniencia porque no se altera el ciclo legislativo, que no iba a arrancar de nuevo en ningún caso en octubre. Las mismas voces que sugieren esa teoría reclamaban hace meses que Urkullu hubiera anticipado a junio las elecciones vascas, coincidiendo con las españolas. A conveniencia de otros, claro.