19 años, casi 20, tenía yo aquel día conocido como el de los transistores. Poco nos había dado tiempo a conocer la libertad que se intentaba fraguar entre aquella amalgama de la UCD de Suárez , el PSOE de Felipe, Carrillo, nacionalistas vascos y catalanes y demás. Es verdad que ETA golpeaba duro, unos años hacía que el PCE había quedado legalizado, el desempleo crecía y crecía, en algunos cines o revistas ya nos enseñaban hasta alguna teta, los partidos nacionalistas catalanes y vascos reclamaban, en derecho, lo que se les había arrebatado, la prensa poco a poco decía lo que tenía que decir? Para unos pocos eso era tabú, libertinaje. Los más altos cargos del Ejército, muchos de ellos divisionarios, azules, excepción hecha de Gutiérrez Mellado y alguno más, no pudieron entender lo inevitable: la gente únicamente quería libertad. Con votos libres, qué iba a ser de ellos. Su lider glorioso había fallecido casi seis años antes. Así que montaron aquel tinglado: un capitán general que decía ser monárquico hasta la médula pero que le costó obedecer aquella noche al soberano; un teniente coronel que, en palabras suyas, nos quería “meter en cintura”; un general de división, antiguo tutor del rey metido en el ajo, y unos cuantos más. Poco después entendí bien aquel paréntesis del que hablaba Suárez. Hemos tenido, tenemos y tendremos problemas que solucionar. Ahí están las urnas. Mi mayor agradecimiento a todos los que lucharon por un cambio del fascismo, institucionalmente, en la calle o desde la cárcel. Días después de aquel esperpento la gente tomó la calle y habló.
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