Síguenos en redes sociales:

Lo que fue del discurso de El Cairo

Más de seis años después, la dramática realidad de Irak, la extensión de la guerra a Siria o Libia y la globalización del conflicto del extremismo islamista desdicen las intenciones descritas por el recién investido Obama en 2009

EL informe del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos y de la Misión de la ONU para Irak (Unami) sobre la situación de guerra en aquel país, su denuncia del “posible genocidio” cometido por el Estado Islámico y el registro de 18.800 víctimas civiles mortales entre enero de 2014 y octubre de 2015, que la propia ONU considera que no refleja salvo parte de las verdaderas cifras de víctimas, constata el fracaso de Naciones Unidas y de toda la comunidad internacional en Oriente Medio y especialmente en el mismo Irak cuatro años después de que se diera por finalizada una guerra que ya entonces se prolongaba por ocho años y sumaba 100.000 civiles fallecidos. También el fracaso de los propios iraquíes para sobreponerse a los conflictos étnicos y sectarios que esa guerra, instigada desde el exterior, azuza hasta convertir -al igual que en otros escenarios, como Libia o Siria- un conflicto bélico pretendidamente justificado en el derrocamiento de un dictador en una guerra global de presunta raíz religiosa. Pero, sobre todo, la continuidad y extensión de aquel conflicto evidencia absolutamente la incapacidad para cumplir aquel famoso discurso de Barack Obama en El Cairo el 4 de junio de 2009, apenas seis meses después de ser investido presidente por primera vez, dirigido al pueblo musulmán para una nueva relación porque “mientras sea definida por nuestras diferencias, les otorgaremos poder a quienes siembran el odio en vez de la paz, y a quienes promueven el conflicto en vez de la cooperación que puede ayudar a todos nuestros pueblos a lograr la justicia y la prosperidad”. De todo aquel discurso sobre Afganistán, Irak y el conflicto palestino-israelí, Obama apenas ha podido hacer realmente efectiva, ya en la recta final de su mandato y a expensas aún de comprobar su verdadero alcance, la promesa de impulsar un acuerdo sobre lo que denominó “la tercera fuente de tensión” en el problema de incomprensión mutua con el Islam: el programa de desarrollo nuclear de Irán, ayer enemigo irreconciliable y hoy posible pieza maestra en la estabilización de la zona y contrapeso del extremismo suní que ha emanado de las monarquías del golfo hasta hace nada aliados naturales de Estados Unidos. Mientras, el conflicto entre el Islam más extremo y Occidente se ha hecho global y Siria, Libia y el Sahel se han acabado por unir al drama que desangra, entre otros, a Afganistán, Irak o Palestina.