LA elección, en la tarde de ayer, de Carles Puigdemont como nuevo president de la Generalitat tras el acuerdo in extremis entre Junts pel Sí y la CUP propiciado por el “paso a un lado” que supone la renuncia de Artur Mas, cierra un periodo de desasosiego y frustración en amplios sectores de la sociedad catalana, y también de alto desgaste para los partidos políticos, y abre una apasionante nueva etapa, no exenta de incertidumbre, en la que Catalunya da un salto adelante hacia la recuperación de su soberanía. Contra todo pronóstico, y tras más de tres meses de negociaciones, propuestas y posturas enquistadas, Mas, consciente de que, como él mismo valoró ayer, se había convertido más en parte del problema que de la solución, decidió en el último momento, en un gesto de generosidad que a buen seguro será debidamente valorado en toda su dimensión en un futuro no muy lejano, apartarse de la contienda y facilitar, de esta manera, el acuerdo con la formación antisistema. El sacrificio del hasta ahora president y alma mater del procés hacia la independencia es un gesto que le honra y da cuenta de su talla política, porque significa poner por encima los intereses del país a los de su propia persona. Es cierto que esta retirada ha sido, desde el principio, una exigencia innegociable de la CUP, pero también lo es que el acuerdo final supone una cesión incuestionable por ambas partes en favor del proceso soberanista. Con su retirada, Mas consigue la reactivación del procés -que estaba seriamente en cuestión-, el mantenimiento de la hoja de ruta establecida hacia la desconexión, la garantía de gobernabilidad y estabilidad del próximo Govern y la desactivación de la CUP como posible elemento distorsionador o condionador de las políticas a seguir. Demasiado pronto como para mandarlo “a la papelera de la historia”, como quiso hacer ver la CUP, porque a buen seguro tendrá su papel en la nueva Catalunya. El relevo por parte de Puigdemont, un convergente con experiencia y alma independentista, supone un cambio de timonel del proceso pero, como anunció ayer en su investidura, en absoluto de meta, perfectamente trazada. Catalunya arranca, así, su nueva andadura mientras los acontecimientos han cogido a los partidos españoles con el pie cambiado y sin gobierno en el horizonte, cuya negociación posiblemente se acelere para evitar elecciones y “hacer frente al desafío independentista” catalán.
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