SI, como han considerado muchos analistas, tanto ETA como la izquierda abertzale esperaban que tras las elecciones del pasado 20 de diciembre un nuevo Gobierno español tuviera una sensibilidad distinta y una actitud más proactiva respecto al proceso de pacificación en Euskadi -y, en especial, hacia su implicación en el desarme de la organización y en una nueva política penitenciaria- después de una legislatura absolutamente estéril en este terreno, los resultados de los comicios y la diabólica situación política que han generado, con riesgo cierto de que deba repetirse la cita con las urnas, amenazan con dilatar sine die y sin garantía alguna las cuestiones básicas que debería abordar el Ejecutivo español. Al menos, en el esquema dibujado por ETA tras comprobar que Mariano Rajoy no iba a mover un dedo por la pacificación y la convivencia en Euskadi. Este nuevo impasse, en el que todas las opciones son posibles -nuevas elecciones o incluso la continuidad de Rajoy en situación más o menos precaria- son un elemento fundamental a tener en cuenta para la futura actuación tanto por parte de la organización armada como de Sortu y los propios presos agrupados en el EPPK. La sociedad vasca no puede ser la perjudicada por las circunstancias que condicionan un eventual proceso y que no puede controlar porque no está en su mano. Por ello, es imprescindible insistir en la necesidad de que ETA y la izquierda abertzale den los pasos que desde hace cuatro años les exige la ciudadanía de Euskadi: el desarme, disolución y reconocimiento del daño causado y la asunción de las responsabilidades a que ello dé lugar. De manera unilateral, como ya se hizo hace cuatro años al tomar la decisión de abandonar el uso de las armas, y sin esperar a un futuro gobierno español, sea éste del signo que sea. No cabe duda de que el desarme de ETA desbloquearía la ya de por sí inaceptable política de dispersión y alejamiento de los presos de la organización, obligando al Estado a adoptar un nuevo sistema penitenciario acorde con la situación. En este 2016 recién estrenado nos acercaremos al quinto año desde la declaración de ETA, sin que haya habido avances, lo que supone un riesgo cierto de que la situación se pudra. Es la propia ETA la que tiene en su mano hacer un gesto histórico que ponga a la sociedad vasca en la senda de la paz definitiva y de la convivencia.