LA Unión Europea ha vuelto a mostrar fragilidad estructural y carencia de liderazgo por enésima vez en la crisis de los refugiados, no ya por incapacidad en su resolución, que hay que admitir como muy compleja, sino por las divergencias internas que imposibilitan una postura y un proyecto europeo común de acogida y parecen encaminar la política comunitaria al objetivo del control de las fronteras exteriores de la UE.

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