LA convocatoria anticipada de elecciones catalanas para el día 27 de septiembre -firmada el pasado día 3, último dentro de plazo para celebrarlas en la fecha anunciada- fue el paso del Rubicón de los soberanistas catalanes, pero sobre todo del president Artur Mas, que es el líder de la iniciativa, por y desde su cargo institucional.

Mas encarna el proceso desde su inicio. No hay más que recordar cuántas voces del españolismo le han acusado de ser el promotor, ignorando el movimiento de presión social que le ha obligado a atender las múltiples y multitudinarias manifestaciones y declaraciones en favor de la independencia.

Pero también hay más apuestas con la suerte echada: el futuro mapa político del Principat, el de diversos partidos, y el de la misma configuración política del conjunto del Estado. Decía el ministro de Justicia español, paradójicamente apellidado Catalá, que el PP estaría ahora dispuesto a una reforma de la Constitución... para fijar las competencias exclusivas del Estado y “las de las comunidades autónomas”. Y ya sabemos qué ha significado la letra de esa canción, desde los tiempos de la Loapa, tras el golpe de Estado que no era sólo de Tejero ni fue tan frustrado.

Convergència aparece con vocación de refundarse, incluso con otro nombre, después del daño de imagen que ha sufrido, como ninguna otra fuerza política, con los medios españoles ayudando, por los casos de corrupción, con las sospechas sobre el expresidente Pujol en la cresta del iceberg.

Unió, sin Duran i Lleida en la cabeza del cartel, y prácticamente reducido a la mitad, se presenta en solitario con pocas perspectivas de éxito en los sondeos conocidos hasta ahora. Añádase un tercero ya prácticamente diluido en la amalgama promovida por Podemos que es Iniciativa per Catalunya-Verds-EuiA (ICV). Junto al trío, ya se ha metido solo en el congelador el Procés Constituent que ha encabezado fugazmente la exclaustrada Teresa Forcades, movimiento que por la vocación marcadamente independentista no se sumó al sí per no de ‘Catalunya sí se puede’ ni se atrevió a presentar lista, probablemente por falta de espacio entre la unitaria de Juntos por el sí y la radical de la CUP.

No repite nadia Al final, resulta que los siete partidos y coaliciones a los que se augura presencia en el nuevo Parlament presentan candidatos a president diferentes de los que compitieron en el inicio de la anterior legislatura y tres lo hacen con nombres y estructuras diferentes. Sin duda, es la reacción a la desafección por la política, aunque más por los políticos y, sobre todo, por los de más larga trayectoria en general.

Entre los primeros en los carteles, la sorpresa a medias de última hora la dio el PP, con la sustitución de Alicia Sánchez Camacho por el desalojado alcalde de Badalona, Javier García Albiol, a pesar de que la obtención de la mayoría relativa llegó de la mano de su propuesta de “limpiar” la ciudad del cinturón barcelonés y de sus declaraciones o insinuaciones xenófobas. Parecería que la opción popular antidebacle es incorporar los votos de los opuestos a los inmigrantes, como la venida a menos Plataforma por Catalunya.

El caso es que las opciones claramente independentistas en la campaña se reducen a dos: la de los Juntos, y la Candidatura Unitaria Popular (CUP) por libre; también con nuevo líder, otro periodista: Antonio Baños. Si alguna encuesta publicada (e interesada) fuera la buena, y la lista de Convergència-Esquerra-disidentes de los socialistas-exiliados de Unió-independientes se quedase con sólo 56 escaños -a 12 de la mayoría absoluta- y además la CUP no lograra aumentar los tres actuales, la lectura unionista sería que el independentismo catalán ha fracasado. Pero si entre las dos opciones alcanzan la cifra decisiva de 68 diputados, el cruce de acusaciones sería inmediato: por parte española, porque los considerarán insuficientes si no han estado respaldados por una clara mayoría de votos directos; por parte soberanista, por sentirse legitimados en el proceso hacia la independencia.

Cambiar la relación Casi todos se han olvidado, en el ardor de la precampaña, de que el 80% de los que salgan, de los que han estado hasta ahora en el legislativo del Parque de la Ciudadela y de los que responden a las encuestas más serias coinciden en que se ha de cambiar la relación de Catalunya con el Estado en reparación de las flagrantes injusticias del segundo con la primera. Lo dicen, con la boca más o menos pequeña, incluso el conglomerado que lidera Podemos, Unió, el Partido de los Socialistas y hasta Ciudadanos (en aspectos de fiscalidad, en lo que había venido coincidiendo la propia Sánchez Camacho). Pero todos estos partidarios del referéndum “con permiso”, una autorización imposible por la correlación del fuerzas en el Estado, olvidan otra consigna cargada de sentido y que ahora repite con insistencia el presidente en funciones: si el unionismo suma mayoría, la recentralización conocida hasta ahora será una broma comparada con la que llegará.

A partir del 28 de septiembre, el panorama, en todo caso, también será diferente. Forcades pedía una cohesión hacia la independencia, pero sin Convergència. La CUP también, con otras palabras: el anuncio de que no votará a Mas para president. Lo mismo que, desde la otra orilla, ha anunciado Unió, si Mas se presenta como adalid de la declaración unilateral independentista. Y, mientas, el líder de Esquerra, Oriol Junqueras, ya hace gestos hacia el resto de las izquierdas más o menos revolucionarias, para después de los comicios. De entrada, haciéndose el convencido de que Catalunya se independizará y, entonces, considera necesario una especie de Frente Popular contra su actual aliado. Pero ese será, sin duda, otro capítulo. Sin embargo, se antoja que, con cualquier desenlace, para quien pintan bastos es para Convergència y, más directamente, para su líder.