FORTUNA era el apodo de Diego Mazquiarán, quien nacido en Sestao se apodaba así porque salió indemne de que un tren lo arrollase en Valladolid; se había casado con una bella y vivía en Madrid, lo mismo que Torquito, que se llamaba Serafín Vigiola y era de Barakaldo. Una mañana, el primero, ya veterano e instalado en la decadencia, se encontró con un toro perdido por las calles, cerca del Retiro. Se quitó la gabardina y le dio al animal dos o tres lances. Y con aquel torazo oscuro bufando en medio de la calle, las bellas asomadas a las ventanas, los mirones, abajo, con la boca abierta... un camarero fue a casa de Mazquiarán a buscar el estoque y Fortuna, ayudado de su gabardina, mató al toro. Las bellas, los mirones y los taxistas, que con tácito ingenio improvisaron una especie de ruedo con sus coches relucientes, allí, en la Gran Vía, y todo el mundo que pasaba, gritaron alborozados “¡Milagro! ¡Milagro!”. Le aplaudieron, lo pasearon en hombros hasta la calle Peligros y firmó, después, sustanciosos contratos haciendo honor a su sobrenombre.

Y a Serafín Vigiola, Torquito, fino toreo de Barakaldo, lo encumbró el público mejicano una tarde que lo sacó en hombros de la plaza vestido de calle después de que, con el debido respeto, pidiera permiso para bajar del tendido a resolver la situación, porque El Reverte Mejicano se negó a matar dos toros codiciosos, de soberbia presencia y pitones, por cogida de sus dos compañeros. Y resultó milagroso reducir las embestidas de aquellos toracos, por lo que a algunos espectadores se les oyó clamar “¡Milagro! ¡Milagro!” como hicieron con Fortuna en las calles de Madrid. Sería que la Virgen de Guadalupe protegió al torero vasco.

Y hoy no es que la Virgen de Begoña tenga que hacer una cosa de esta naturaleza pero, por lo menos, debía de ceder su manto para que, extendido sobre las aguas de la ría, con pétalos de boda, sirva de puente a los aficionados que, durante muchos años, tratados más como súbditos que como clientes, se han ido quedando en las orillas porque han entrado en sus vidas elementos perturbadores que han convertido el porvenir de su afición en claroscuros que jamás sospecharon y han dejado a la guapa, cosmopolita y legendaria Vista Alegre compuesta y sin novio, cuando solo tenían ojos para ella, viendo que su esplendor se ha desvanecido con el tiempo. A lo peor es que aquí el demonio anda suelto y no hay milagro de la Amatxo que valga.

Ya no hay un poeta que le cante, un filósofo que la piense, un escritor que le escriba, un amante que la ilusione, porque el arte o la cultura no se compran como se compran los toros o como se contratan los toreros en un mercado excedente de oferta. Porque el genio o el ingenio -ni incluso se aprenden- se tienen o no se tienen. Muy cerca está Le Sud-Oest, vayan y vean llenarse los cosos todas las tardes en amor y color a un arte declarado en la República Bien Cultural e inmaterial. Vayan y vean la plaza de Madrid plagada de chicos y chicas jóvenes que durante treinta y un días se sientan en veinticuatro mil localidades. Y lo mismo que en Francia, desde la mañana, los círculos internos de la plaza de Las Ventas se convierten en hervideros de cultura con conferencias, presentación de libros, documentales, debates, exposiciones... ¡Un gentío! Son muchos los literatos, escritores o pintores que se distribuyen cada día en estancias y salas modernamente adecuadas y llenas de gente. Por allí han pasado desde Vargas Llosa, Botero, Gabo -en su día- al Club Taurino de Londres o de Milán o el de Chicago para debatir el pensamiento de Hemingway o de Ortega y Gasset, explicando la simbiosis del toro con otras artes. Y en la explanada se instalan miniteatros y facilitan videojuegos y tebeos para los niños, a los que se les enseña a comprender, respetar la tauromaquia y amar al toro.

Y de aquí van diciendo por ahí que esta es la mejor plaza del mundo, en auspiciada demagogia y bajo el aplauso empalagoso y frívolo de cuatro palmeros de “por ahí abajo”, como si fuese una epopeya comprar cuarenta y ocho toros y contratar veinticinco toreros en un mercado en el que nada más levantar la mano te sobran cientos de candidatos. ¡Un delirio lo tiene cualquiera! ¡No hay más! Y han truncado lo que debía de ser una gestión independiente del gran sistema, como Pamplona, en una gestión interesada con un gerente de alquiler, que organiza cinco recorridos en el año por los predios de Iberia para “contrastar” en cada viaje a ver si los toros ajustados van “poniendo cara” (pitones) o “culata” cuartos traseros) con la fe, añadida, del veterinario y del presidente de la plaza. Y en un alarde generoso de comercial humildad el asesor de cabecera deja que las escasas flores del jardín se las lleven, ufanamente, los dos miembros de la Junta Administrativa metidos en esta gestión de acartelar los ocho días de las Corridas Generales. Y después no se les ve en todo el año. Toman la temperatura en sitios equivocados, se olvidan del aficionado o le dan con la puerta en las narices al Club Cocherito, decano del mundo, cuando les han sugerido aprovechar los espacios de la plaza como el museo, ruedo, comedores?

Y al fin y al cabo, como dice Tomás Ondarra en De Bilbao, ¡¡¡Ahivalahostia!!!, “He ido cada tarde a la plaza y veo toros muy grandes, con muchos cueros y sin bravura. Y haría falta algo más? mucho más”. Como para hablar aquí de marketing o de coaching? si se siguen haciendo las cosas igual que hace cincuenta años. Y, desde luego, se necesita ya una mirada nueva, diferente, luminosa, limpia y renovadora desde el palco hasta abajo porque lo peor es que la indiferencia se perfecciona con el uso? y llevamos así veinticinco años o? “a inda mais”.