ACABABA de empezar la novena legislatura. Me habían elegido Secretario primero del Senado. Cada martes, el letrado mayor, en la reunión de la Mesa, daba cuenta de los temas del pleno y de las comisiones así como de la gobernanza de la Casa. Mecánicamente, informaba sobre contrataciones, concursos, adquisiciones y pleitos. Uno de ellos me llamó la atención. Un señor reclamaba un cuadro. Y el secretario propuso que la Mesa rechazara la solicitud. Automáticamente se iba a aprobar. Levanté la mano y pregunté de qué se trataba.

Resulta que el marqués de Chiloeches, Melchor de Porras-Isla Fernández y Sanz (los marqueses no se conforman con un solo apellido) solicitaba se le devolviera el cuadro Capitán Don Fernando de Isla que llevaba dos años reclamando con el argumento de que dicha pintura formaba parte de una serie de retratos de sus antepasados ubicados en la vivienda que su familia ocupaba antes de la Guerra Civil y que fue “saqueada por las fuerzas republicanas”.

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