LA asociación de familiares de presos Etxerat volvió ayer, un año más, a llevar sus movilizaciones a diversas playas vascas con el objetivo de reivindicar lo que genéricamente definen como “los derechos” de los reclusos y, en definitiva, el fin de la dispersión y el alejamiento. También el pasado jueves, representantes de Etxerat abordaron al lehendakari Iñigo Urkullu durante la procesión de San Ignacio en Azpeitia para hacerle entrega de un informe sobre la situación de los presos, al tiempo que le invitaron a conocer in situ la crudeza de la dispersión acompañando a los familiares de un recluso en su visita carcelaria a su allegado. No cabe duda de que la actual política penitenciaria, y sobre todo el alejamiento de los presos en cárceles situadas a cientos de kilómetros de su hogar, es un castigo añadido y poco acorde con el comportamiento humanitario tanto para los condenados como para sus familiares y su entorno. Se trata de una de esas medidas excepcionales llevadas a cabo por los sucesivos gobiernos españoles amparados por la gravísima situación de violencia de una organización terrorista. Es, en este sentido, una política del pasado. Así lo entiende la gran mayoría de la sociedad vasca y así lo ha denunciado el Parlamento Vasco, el Gobierno y el propio lehendakari. Y es evidente que debe ser el Ejecutivo de Mariano Rajoy el que tome de una vez por todas la decisión de acabar con la dispersión, puesta en marcha hace ya 25 años y que hoy en día no tiene sentido alguno, salvo el de añadir dolor. Pero también los propios presos y sus entornos pueden y deben dar pasos adelante. Esta pasada semana se ha producido una situación inédita cuyo alcance va mucho más allá de un simple gesto: la carta del preso Ibon Etxezarreta en la que pide perdón por el asesinato de Juan Mari Jáuregui en el que él mismo participó, y su presencia junto a la viuda de la víctima, Maixabel Lasa, en el homenaje tributado al que fuera gobernador civil de Gipuzkoa supone un paso de gran impacto y de contenido humano, ético y político de primer orden. Al igual, por supuesto, que el gesto recíproco de la propia Maixabel Lasa. Ése es un camino abierto por el que ya han transitado muchos presos. La propia izquierda abertzale debe asumirlo y hacer pedagogía para que los reclusos puedan asumir el grave daño causado. No todo es exigir, y quienes primero deberían dar el paso son los propios reclusos.
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