LA crisis de gobierno en Francia, provocada por la debacle del Partido Socialista en las elecciones municipales, aunque ha supuesto -a la espera de que se conozca hoy la composición del nuevo ejecutivo- la defenestración política del primer ministro, Jean Marc Ayrault, y su sustitución por el de Interior, Manuel Valls; confirma en la persona del presidente francés, Francois Hollande, la futilidad del éxito político cuando este se produce por simple reacción y no va acompañado de principios ideológicos que, en el ejercicio del poder, hagan sostenibles las promesas electorales. En apenas dos años, que se cumplirán en mayo, Hollande ha dilapidado el crédito que la mayoría de la sociedad francesa le otorgó como respuesta a las políticas liberales de Sarkozy. Y lo ha hecho mediante el incumplimiento sistemático de un programa que adelantaba un cambio ni iniciado aún, aunque Hollande trate de maquillar su fracaso tras el adjetivo "insuficiente". Dos años después, la economía francesa no despega, el desempleo no se detiene y el déficit público no se cumple, lo que le ha llevado a reducir el gasto público y con él las políticas sociales y de empleo... y al llamado "pacto de responsabilidad" que, en enero, terminó de arrojar a gran parte del electorado que le respaldó en 2012 en brazos del récord de abstención en estas municipales de 2014, lo que ha provocado que el PS pierda nada menos que 155 localidades de más de diez mil habitantes. Es el resultado de la inclinación del presidente francés por políticas de corte socio-liberal contrarias a sus promesas. Sin embargo, en esa pugna desigual entre los principios prometidos y el pragmatismo liberal, este mantiene la supremacía con el nombramiento de Valls, a quien el hecho de ser la única opción de relevo -era el ministro mejor valorado- no pule su talante claramente conservador y su escaso predicamento en las bases socialistas, como se demostró en las primarias de 2011 cuando apenas alcanzó el 5,6% de los votos. Tampoco matiza el hecho de que su popularidad se deba a medidas y discursos sobre seguridad e inmigración que se antojan más cercanos a la UMP o incluso al pujante FN de Marine Le Pen. En todo caso, con su nombramiento, Hollande parece haber firmado el epitafio de las políticas prometidas cuando cuestionaba el Tratado de Estabilidad europeo y, al menos a medio plazo, el suyo propio.
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