LOS efectos de la larga y durísima crisis económica que aún padecemos y cuyas consecuencias a buen seguro perdurarán aún durante un largo periodo son en algunos casos impredecibles, o al menos son menos visibles, en parte porque no están en las listas de prioridades establecida bien para atajar la recesión o bien para paliar sus secuelas. Y, sin embargo, su negativo impacto a medio plazo puede resultar demoledor para el país. En muchas ocasiones nos hemos enorgullecido de contar con la generación de jóvenes mejor preparada de la historia, pero en muchos casos la falta de oportunidades está haciendo calar en nuestros chicos y chicas la incertidumbre, la desesperanza y la desilusión. La crisis, el paro -los últimos datos de diciembre son en cierto modo esperanzadores por la tendencia que marcan, pero indican también que aún queda mucho por hacer- y, en definitiva, la sensación de ausencia de futuro han empujado a miles de jóvenes a la estéril inacción. Son los famosos ninis, que ni estudian ni trabajan. Y forman una realidad palpable y contable. Según datos oficiales del Gobierno vasco, en Euskadi hay 35.800 jóvenes con edades comprendidas entre los 16 y los 24 años que ni están formándose ni están dentro del mercado laboral, lo que representa entre un 10% y un 12% de los jóvenes vascos. Es más, un porcentaje significativo -la mitad de ellos- ni siquiera busca empleo de forma activa. La evidencia -una más- de que la media del Estado español es aún peor -llega hasta el 24% de ninis- no debe ser ningún consuelo para un país que aspira a estar al máximo nivel de desarrollo posible dentro de un entorno complicado y muy competitivo. El dato es preocupante, pero no dramático ni, sobre todo, irreversible si se adoptan medidas correctoras eficaces. La juventud necesita, además de buena formación a todos los niveles, oportunidades para poder desarrollar un proyecto de vida y aportar, así, su potencial y devolver a la sociedad lo que, de alguna manera, ha invertido. Se trata de un problema global -que afecta en mayor medida a países menos desarrollados- que tiene un importante coste social y económico y que precisa de medidas tanto globales como locales. De ahí que el ambicioso Programa de Garantía Juvenil de la Unión Europea pueda significar una gran oportunidad y un punto de inflexión para invertir una tendencia muy peligrosa de cara al futuro.