NO ha sido el de Lampedusa el primer naufragio trágico en el Mediterráneo. Ni siquiera el primero de un barco cargado de inmigrantes. De hecho, llueve sobre mojado y esa lluvia no acaba de calar conciencias en las instituciones comunitarias ni en las prioridades de los socios de la Unión Europea.
La inmigración procedente del norte de África es un fenómeno para el que la UE no tiene respuestas. El asunto forma parte de la trastienda de las políticas comunes, más volcadas a la gestión estratégica de la economía común y la definición de las condiciones que determinan el funcionamiento del mercado. No se puede negar que existen iniciativas europeas de naturaleza social, pero su orientación está fijada en los naturales europeos. Para empezar -y casi para terminar con las posibilidades de coordinar políticas- hay un problema de costes. Más allá de la convicción general de los gobernantes europeos de que la inmigración debe ser controlada y filtrada en términos de utilidad y aportación a la economía europea, Europa tiene un problema de sostenibilidad de su propio modelo de bienestar y esto se ha traducido en una insensibilidad, cuando no un rechazo, a la inmigración que ha calado en amplias capas de población. Diseñar políticas en este sentido puede ser mal recibido por los votantes y esa variable pesa demasiado.
Pero, además, hoy es la frontera sur europea -Italia y España fundamentalmente- la que mira a los socios del norte para afrontar una política conjunta que implica dedicar recursos para la gestión humanitaria y medios para controlar las fronteras. No se encuentran aliados en países como Alemania, Reino Unido, Holanda, Francia o Bélgica, que en el pasado han tenido que afrontar en solitario sus propios problemas de costes, integración y tensiones culturales derivadas de la inmigración. La vergüenza que siente el Papa Francisco ante la tragedia reciente no es suficiente para mover a una acción conjunta europea que debería afrontar el problema con un doble criterio: paliativo en términos humanitarios y de corresponsabilidad en el desarrollo de los países de origen. Es preciso crear las condiciones de seguridad, empleo y bienestar que desmotiven a jugarse la vida en un incierto viaje hacia donde no se les quiere.