LA política italiana nos tiene acostumbrados a momentos de tensión extrema que hacen tambalearse a los gobiernos y a giros inesperados que salvan el día pero no restablecen un equilibrio perdido hace dos décadas. El primer ministro Enrico Letta salvó ayer la moción de confianza con la que buscaba -y ha logrado- superar la enésima crisis provocada por el magnate Silvio Berlusconi por circunstancias exclusivamente personales. Cuando no son sus negocios mediáticos y la sistemática utilización política que ha hecho de ellos durante años, son los costes judiciales de sus acciones más que cuestionables en lo personal, lo político y lo económico.

La política italiana es un factor de inestabilidad de dimensión europea en un entorno económico sensible a cualquier duda y con impacto en los mercados de deuda de media Europa. El panorama político del país transalpino es un síntoma y un laboratorio en el que el resto de Europa debería aprender de la experiencia del desmantelamiento del sistema político de partidos por el deterioro de estos.

El escándalo de las comisiones ilegales, que se llevó por delante a todos los partidos que dirigieron el país durante el medio siglo anterior -desde la democracia cristiana hasta los socialistas, pasando por todas las ofertas intermedias-, dejó en la década de los noventa el panorama político italiano propicio para que medraran experiencias de nuevo cuño, populistas en las formas y dedicadas a gestionar la suma de diversos intereses particulares. Forza Italia, el partido de Silvio Berlusconi, fue el ejemplo de lo que queda cuando la responsabilidad abandona a los partidos políticos tradicionales y la sociedad se guía por la desafección y la notoriedad de una imagen de éxito construida a base de dinero y fútbol, en su calidad de multimillonario y presidente del Milan.

Ayer Berlusconi dejó de ser el hombre influyente que ha sido y tuvo que ceder en el pulso con el primer ministro Letta. Las deserciones en su partido amenazaban con dejarle sin su herramienta de influencia con la que aspira a volver a obtener el respaldo ciudadano suficiente para modificar las leyes del país en defensa de sus negocios. La pervivencia de su figura durante dos décadas es un ejemplo de la endeble situación de la política en Europa.