Cuanto más nos hablan de Gibraltar, menos entendemos... al menos quien esto escribe. Otros se ve que saben mucho de lo que pasa en ese lugar y sobre todo de lo que pasaba sin que los demás nos enteráramos y sin que el estado de cosas se viera alterado de la manera que sea: abusos, contrabando, fraude, mafias... Era del dominio público, dicen ahora. Porque se ve que Gibraltar es un absceso de reciente aparición, pero de añeja infección mal curada, incurable de hecho, al que el Gobierno de Rajoy lleva meses apuntado por ver de si con el ruido de aspecto legaloide y patriótico se apagan otros estruendos nada legales y otras lacras nacionales tal vez demasiado patrióticas, como es el enriquecerse a escondidas por cuenta de la cosa pública.
Ahora parece como que es necesario estar a favor o en contra del asunto gibraltareño, por patriotismo encima, y apoyar al gobierno en su defensa de los intereses nacionales (y particulares), o mirar para otra parte y desear que las cosas de la soberanía del Peñón sigan como hasta ahora porque no nos conciernen. Cada cual a su juego y en su trinchera.
Ahora nos hablan del agravio a los pescadores en forma de bloques de hormigón maliciosos, pero al parecer el propio gobierno también los ha empleado para fastidiar a los gibraltareños, aunque se llame defensa del ecosistema o algo parecido. A los que nos quieren agarrar en las redes de lo políticamente correcto es a nosotros. Todos estamos por la defensa del más débil y del ecosistema aunque muchas veces no sepamos qué negocio se esconde detrás del segundo y quién es en la práctica el más débil, aunque tengamos la sospecha de estar manejados por trileros consumados. Como si todos lleváramos un bloque de hormigón atado al cuello o tuviéramos en ellos apresados los pies como las víctimas de la mafia en las películas del ramo. Muy lejos de la mafia no andamos en todo caso, por eso es pertinente el asunto de los bloques de hormigón submarinos.
El Gobierno, como una gran cosa, recurre a las instituciones europeas, pero no seré yo el único que se pregunte por qué no ha acudido antes en denuncia de los abusos e irregularidades fiscales y penales, que tienen al Peñón y sus aledaños como escenario. ¿Por qué tantos años de pasividad con unas actividades que han sido lucrativas para todos los que en ellas han participado, en la medida que sea? En el fondo son preguntas ociosas. Nos reclaman asuntos más perentorios.
Hay muchas clases de cepos. De hormigón o de otra clase, pero cepos al fin y al cabo en los que, nos guste o no, nos vemos atrapados a nada que nos acerquemos.
En otro lugar, entre líneas, con la boca grande y la boca pequeña, aparece el accidente de moto de la famosa Cifuentes que la tiene internada en un hospital de la sanidad pública, lo que está siendo más noticia que el propio accidente. Este es también un cepo sutil, moral y afectivo. Ha habido manifestaciones de trabajadores de sanidad que han pedido que la herida sea transferida a la sanidad privada, habida cuenta de su poco amor a la pública, la que está siendo desmantelada a conciencia por ella y los suyos. Accidentes de moto hay muchos, pero cuenta este por ser quien es la accidentada. Un accidente cuyas consecuencias apenarán, supongo, a los suyos, pero está claro que ni ha apenado ni conmovido a muchos ciudadanos que han asistido con rabia e impotencia a sus alardes, desplantes, abusos de poder y justificación de todas las bajezas que van aparejadas a los abusos policiales (por hablar solo de los del último año). Una cosa es que se diga abiertamente lo que se siente y otra que esto se silencie, no precisamente por piedad, sino por convención social, por no echar leña al fuego, por no quedar mal, por no pasar por una mala persona... Ay. Si ser una buena o mala persona dependiera solo de eso... Ay, el quedar bien y el quedar mal.
Entre lo que se piensa y lo que se dice está lo dicho y hecho por ella durante su vida política sobre el lomo de los ciudadanos... ¿De verdad que hay alguna norma ética o moral que nos obligue a lamentar su estado o esto no pasa de ser una convención social más o algo que pertenece al terreno de las creencias religiosas?
Este es un dilema moral que cobra importancia por la relevancia de quien lo protagoniza a su pesar. Y lo mismo que con el Peñón, hay que estar conmovido y desear su famosa "pronta recuperación" o desearle lo peor o mirar para otro lado y marcar un significativo encogerse de hombros. Algo así nos pone a prueba, nos enfrenta con nuestra verdad que no tiene, por fuerza, que gustarle a nadie ni gustarnos a nosotros mismos... Ni tiene por qué ser algo público. ¿Deseamos el mal para nuestros enemigos? ¿Nos atrevemos a decirlo? ¿Pertenece esto a lo público o a lo privado y secreto, a ese que somos a puerta cerrada? ¿Podemos decir con franqueza lo que de verdad pensamos? Me temo que no ¿Qué pensamos en realidad? Nos debatimos entre el público no desear mal a nadie y las oscuridades y ruindades de lo privado donde bulle el encono que ha ido ganando terreno en los últimos años hasta convertirnos en enemigos y en tratarnos como tales.
Me pregunto qué piedad ha tenido o en qué medida se ha sentido conmovida la Cifuentes por los daños causados a todas las personas brutalmente apaleadas y tratadas de manera ilegal (que las víctimas no puedan probarlo forma parte del abuso del sistema) por sus hombres de mano y por ella misma justificados, alentados, amparados... ¿Y la gente maltratada por sus secuaces de la sanidad? Lo digo porque no toda la clase sanitaria está en contra de convertir la salud en un negocio. No sé en qué medida quien no tiene piedad puede pedir que la tengan con ella o se conmuevan con su suerte. Yo puedo condolerme del mal de los míos, pero no del de aquellos a quienes considero, porque lo son, mis enemigos. No deseo mal a nadie, digo, tal vez hasta sea cierto, pero ¿puedo de verdad conmoverme, con plena conciencia, con quien no se conmueve con heridos graves y hace del abuso de autoridad una norma de vida, una cuestión de estado, como de la trampa ha hecho Rajoy, su amo? La única piedad posible es el silencio, me temo; a él me acojo.