LOS datos sobre el gasto medio de las familias a lo largo del pasado año aportados por el Instituto Vasco de Estadística, Eustat, no dejan lugar a dudas respecto a la incidencia de la crisis económica en la capacidad adquisitiva de los vascos y, en consecuencia, en los niveles de calidad de vida y en las costumbres de consumo generalizadas en la sociedad. Y si es cierto que las estadísticas reflejan sobre todo tendencias, la que se dibuja desde que comenzó a realizarse la Encuesta de Presupuestos Familiares en 2006 es nítida e imparable: los gastos corrientes o de primera necesidad cada vez precisan de un mayor porcentaje de los ingresos familiares, que además han sufrido una merma ante la contención y los recortes salariales, lo que se traduce en una afección importante al segundo nivel de consumo básico, la alimentación y el vestido; que en nuestra sociedad da medida de la profundidad de la crisis. Más preocupante incluso cuando se comprueba que, en contraste, el gasto en todos los apartados ha descendido en el último año, lo que denota además un paulatino agotamiento de los recursos familiares. Pero además del reparto del gasto -el 62% del dinero que emplea una familia va a capítulos que se entienden imprescindibles, 72% si se incluye el transporte-, la encuesta proporciona dos detalles relevantes. Por un lado, que solo en los hogares de los jubilados el gasto ha crecido, un 18% desde 2006, lo que refleja la asunción de responsabilidad de sostén familiar y en cierta medida la relativa seguridad en los ingresos (a pesar del notorio descenso del poder adquisitivo que han sufrido las pensiones) frente a la inestabilidad que se padece dentro del mercado laboral y el consiguiente retraimiento en el gasto. Por otro, que en todos los hogares con rentas de hasta dos mil euros mensuales se producen descensos del gasto (en torno al 8%), mientras que, por el contrario, en aquellos hogares con rentas superiores a los dos mil euros se incrementa hasta un 3,4%, lo que confirma el encarecimiento del nivel de vida pero, sobre todo, aumenta las diferencias sociales y reduce la clase media o media-alta que tradicionalmente ha sido en Euskadi motor socioeconómico del país. Que las directrices económicas que emanan de las políticas de austeridad incidan en esas tendencias al estar desprovistas de incentivos al consumo no hará sino alimentar la pescadilla que se muerde la cola.
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