¿Limitar lo desmedido?
Es responsabilidad pública la concienciación exhaustiva que convierta a los ciudadanos, verdaderos protagonistas de las fiestas, en agentes contra la desmesura y de fomento de actitudes e imágenes que no por ser más conscientes son menos atrayentes
LAS imágenes del tapón humano a la entrada de la plaza de toros de Iruñea al final del encierro de ayer -saldado con una veintena de heridos, alguno de ellos muy grave- pueden llegar a interpretarse como una dramática metáfora de la masificación que amenaza con desvirtuar las fiestas y su principal festejo, abocados ambos a lo que se diría un imposible: limitar lo desmedido. La globalización de los medios de comunicación de masas y la democratización de los transportes, incluidos los de largo alcance, puede convertir ya cualquier acontecimiento festivo -con más razón uno conocido universalmente desde hace décadas como San Fermín- en lugar de peregrinaciones diversas y masivas que si bien en una primera fase nada desdeñable potencian las fiestas al dotarlas de un alcance internacional, lo que supone al mismo tiempo un (muchas veces buscado) impulso a la ciudad y a su economía, acaban por adulterar la realidad de la fiesta. No son tampoco ajenas a ese fenómeno, por ejemplo, las abusivas e imperdonables actitudes sexistas que de un tiempo a esta parte parecen formar parte ya del anual chupinazo o el incumplimiento de normas esenciales de urbanidad y de salubridad pública que, aunque por la propia repercusión de las fiestas se hagan más visibles en San Fermín, no son exclusivos de las fiestas de Iruñea ni de quienes acuden a ellas y a otras celebraciones festivas desde otros lugares. Pero dado que limitar lo desmedido -que tampoco es exclusiva de Iruñea- por vías taxativas podría afectara los intereses de la propia ciudad y su economía turística e incluso a la libertad personal y a la misma legalidad, se antoja responsabilidad de los poderes públicos una labor de concienciación exhaustiva y continua que convierta a los propios ciudadanos y especialmente a los jóvenes -verdaderos protagonistas de las fiestas- en agentes capaces de recriminar la desmesura y de fomentar actitudes siquiera más conscientes que ofrezcan una imagen distinta pero no menos atrayente de los festejos. Y no se trata de coartar la libertad de celebración sino de minimizar el riesgo de situaciones tan impredecibles como la trágica muerte de Armintza o tan peligrosas como la experimentada ayer en Iruñea -no lo fue más por la intuitiva y natural cordura de los toros, que deja en evidencia a los humanos- y de evitar que nuestras fiestas acaben firmando su certificado de defunción por puro éxito.