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Las prisas de Rajoy con las pensiones

El Gobierno español va a acelerar la reforma que implica el recorte en las percepciones de los jubilados con la intención de que entre en vigor ya en septiembre, sin consenso y aprovechando el verano para anular el debate y descafeinar la negociación

CON el aliento de Bruselas permanentemente en la nuca, Mariano Rajoy se dispone a dar un buen acelerón al anteproyecto de reforma de las pensiones con el objetivo de que su puesta en marcha y sus consecuencias directas -es decir, un recorte en las percepciones que reciben los jubilados- entren en vigor cuanto antes, incluso ya en septiembre. Para ello, el Gobierno español pretende aprobar su propuesta en el último Consejo de Ministros de este periodo, el 26 de julio, en pleno verano y sin capacidad para que ni la oposición ni los agentes sociales puedan siquiera reaccionar. Los tiempos que marca el PP dan, una vez más, la imagen de su forma de gobernar y de entender las relaciones políticas y sociales. Un diálogo abierto y una negociación seria son, en estas circunstancias, algo imposible. No hay margen para debatir unas medidas que, en sí mismas, suponen una enmienda a la totalidad al modelo hasta ahora vigente y que contaba con un consenso generalizado. Es obvio que el Partido Popular no necesita de apoyo alguno para sacar adelante su proyecto, como viene demostrando día a día con todos los asuntos en los que aplica su rodillo. Pero un tema como el de las pensiones, tan sensible y de tanto calado social, debería ser tratado por el Gobierno no como un mero trámite más para pasar el examen de las exigencias que impone Bruselas, sino como una cuestión de Estado -en realidad, lo es- y, como tal, debería contar con los mayores apoyos posibles, tanto entre los partidos políticos como entre las organizaciones sociales. Para ello se diseñó y se puso en marcha el Pacto de Toledo, que se vendió en su día como un hito del consenso, de la corresponsabilidad y de la solidaridad intergeneracional y que hoy languidece víctima de la mayoría absoluta, de los recelos partidarios y sindicales y de la falta de diálogo. Es evidente que en estas condiciones no habrá negociación alguna, y que las prisas de Rajoy tienen que ver también con un intento de descafeinar y anular el posible debate aprovechando el verano. Esta nueva reforma se ha abordado mal desde su inicio y discurre de forma paralela al cambio previsto también por el PP que elevará la edad de jubilación a los 67 años. Demasiada improvisación, demasiado experimento y demasiada vista puesta en Merkel y los hombres de negro.