EL movimiento 15-M celebró ayer, con varias marchas en diferentes ciudades del Estado español, entre ellas Bilbao y Donostia, su segundo aniversario. A la vista de la repercusión que han tenido estas movilizaciones, tanto a nivel de la respuesta ciudadana como de su eco en los medios de comunicación, se diría que la coordinadora que las impulsa ha sufrido un desgaste incluso mayor que el de los partidos políticos tradicionales, cuya caducidad se proclamaba en el nacimiento de aquel embrión de rebelión social. Sin restar valor al papel que los movimientos sociales deben desempeñar en una sociedad democrática para contribuir a que el poder político tenga una fotografía más real y dinámica de los problemas que preocupan a los ciudadanos de a pie, se diría que el éxito del 15-M fue flor de un día y que sus impulsores no han sabido o no han podido rentabilizar el apoyo recibido para hacer una presión efectiva, con resultados, a los gobiernos. Tal vez por ello, la coordinadora del 15-M parece dispuesta a acometer una nueva fase. "Tras estos dos años de propuestas y peticiones -señalan-, ha empezado una segunda fase, las acciones directas, el denominado escrache al sistema, que contribuya a generar la necesaria voluntad política para atender las legítimas reivindicaciones ciudadanas". En esta nueva etapa se encuadrarían movimientos como los que han protagonizado los impulsores de la iniciativa legislativa popular contra los desahucios, que recibió el respaldo de casi un millón y medio de personas. Sin embargo, los defensores del movimiento 15-M deberán ser muy cuidadosos a la hora de modular ese salto cualitativo, ya que pasar la raya de la movilización social para adentrarse en eso que llaman acciones directas o escraches puede llevar a dinámicas que superen lo democráticamente admisible, y lo legalmente permisible. Esta senda llevaría, irremediablemente, a un divorcio con esa mayoría social que vio con simpatía el movimiento en su nacimiento, pero que no está dispuesta a verse embarcada en una aventura rupturista. No faltarán los grupos radicales que quieran abonar esa deriva, para intentar hacerla suya, ni los movimientos políticos residuales que verán ahí una oportunidad de oro para intentar implantar "otro sistema" del que no dan pistas, pero que huele más a pasado que a futuro.