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Una década de inmoralidad

Diez años después del inicio de la invasión de Irak, la decisión de la Cumbre de las Azores sigue causando violencia en el suroeste asiático y abona la bipolarización entre Occidente y el mundo musulmán y la globalización de la inseguridad

HAN transcurrido diez años y cuatro días desde que George W. Bush, Tony Blair, José María Aznar y el anfitrión portugués y hoy presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, lanzaran en la Cumbre de las Azores un ultimátum a la dictadura iraquí. Hoy, 20 de marzo, se cumple una década exacta desde que los primeros misiles tomahawk lanzados por Estados Unidos se cobraron las primeras víctimas en el país mesopotámico en el inicio de la invasión bajo acusaciones no probadas y citando resoluciones de la ONU (1441 y 1511) que no amparaban la intervención militar. Hace más de nueve años que Sadam Hussein fue capturado y más de seis de su ejecución sumaria. Y hace ya un año, tres meses y dos días que el 18 de diciembre de 2011 el último contingente militar estadounidense, sus últimos 500 soldados, abandonó Irak por la frontera kuwaití cumpliendo la promesa de Barack Obama. Pero la violencia sigue asolando el país, como demuestra la oleada de atentados que ayer causó más de medio centenar de víctimas que sumar al fluctuante número de muertos (entre 155.0000 y un millón según los diferentes cálculos sobre pérdida de vidas humanas). Salvo en la zona autónoma del Kurdistán, la intervención militar impulsada por Bush, Blair y Aznar, apartados todos ellos del poder en buena medida por las consecuencias de aquella decisión inmoral, Irak sigue soportando la inestabilidad, el descontrol de la corrupción y el enfrentamiento armado y sectario de etnias y facciones extremistas, cruel evidencia del absoluto fracaso de una estrategia militar sin justificación pese a los horrores de la dictadura de Sadam, con un coste astronómico -850.000 millones de dólares de gasto directo y más de tres billones de dólares en coste total para la economía de Estados Unidos, frente a los 60.000 invertidos por Washington en la reconstrucción- y que solo ha logrado un objetivo: recuperar la producción de petróleo iraquí, que el pasado año produjo ingresos por 73.000 millones de euros. Por el contrario, la desestabilización de la zona, agravada ahora con la guerra en Siria, la división entre Occidente y el mundo musulmán y la globalización de la inseguridad también son consecuencias que permanecen y por las que no solo la historia debería juzgar a quienes forzaron tamaño despropósito.