ANALIZAR el fallecimiento de Hugo Chávez con los mismos modos exagerados con que él mismo detentó el poder en Venezuela para tildarle bien de dictador populista o, por el contrario, de paradigma de una nueva gobernanza social supone en cualquier caso agigantar la proporción de una figura tan controvertida como condicionada por las características sociopolíticas que han marcado la historia reciente de Lationamérica. Cierto es que sus modos, su participación golpista en 1992, el apoyo de sectores militares y sus constantes choques con la libertad de expresión impiden su consideración plenamente democrática, pero no lo es menos que tras la intentona de los tenientes coroneles Chávez optó por la vía electoral y ha logrado en reiteradas ocasiones -hasta una docena- la legitimidad democrática de las urnas. Y aunque esta se pudiese cuestionar en virtud al aprovechamiento de los recursos del Estado desde que alcanzara el poder en 1999 para asentar el status quo revolucionario y afianzar su gobierno, imagen y capacidad electoral, tampoco sería justo obviar que esa realidad es la traslación a la izquierda -con ventajas para las clases populares- de lo que hicieron los conservadores que hoy son oposición mientras mantuvieron el gobierno en Venezuela. También en otros países latinoamericanos. Chávez, en realidad, no ha hecho sino sembrar con el dinero del petróleo -en Venezuela y en otros países- y regar con dialéctica populista en el terreno abonado de la desigualdad, dado que el paso de las dictaduras a las democracias más o menos homologadas y la evolución política en Latinoamérica no ha tenido su correspondencia socio-económica y enormes masas de pobreza siguen vigentes. Son, en cualquier caso, condicionantes que seguirán siendo esenciales en las próximas elecciones venezolanas, en las que el designado sucesor, Nicolás Maduro, podrá contar con el efecto de la movilización que provoca la misma muerte de Chávez para derrotar a Henrique Capriles, el único candidato capaz de aglutinar a la oposición y plantear una alternativa. Pero el problema llegará cuando el hoy vicepresidente deba enfrentar, sin el unánime apoyo entre los suyos de su predecesor, las desigualdades y carencias sociales, la inestabilidad económica y la violencia que Chávez, contrariamente al analfabetismo o el alcance de la miseria, no ha logrado reducir.