La Iglesia, frente a lo excepcional
La admisión de la debilidad de Ratzinger ante los conocidos y no explicitados males que afectan al Vaticano exige de su próximo sucesor la capacidad para detraerse a las rémoras que se adivinan en la curia y condicionan la doctrina católica
LA renuncia de Josef Ratzinger como Benedicto XVI, anunciada el pasado día 11 y efectiva desde las ocho de la tarde de ayer, es extraordinaria en una institución, la Iglesia católica, de acciones siempre medidas y pautadas y actitud meticulosa hasta el extremo. No en vano se trata de la primera renuncia papal en seis siglos. Pero tanto como en lo insólito de la decisión del pontífice ya emérito, ese carácter excepcional radica en el halo de humanidad que parece desprender la renuncia de quien, dentro de la Iglesia católica, gozaba de poder omnímodo con raíz indiscutida en la creencia de la infabilidad. Y no solo porque pueda interpretarse como ejercicio de la libertad personal de elección concedida al hombre. El mero hecho del reconocimiento por Ratzinger de su incapacidad para mantener la tensión física y espiritual que exige el papado es la admisión de su debilidad humana y, en consecuencia, la confirmación del carácter terrenal de la Iglesia que ha dirigido. Incluso si es una decisión forzada por el desasosiego ante las miserias que, aun contrarias a todos los valores y exigencias de la doctrina cristiana, se han venido conociendo y aún quedan por desvelar en los distintos niveles de la institución eclesial. La falta de concreción, más allá de ese decaimiento personal, de los motivos de Ratzinger lo reafirma al desplegarse como silencio protector ante un posible mal que según el propio Vaticano conoce a través del extenso informe realizado por los cardenales Herranz, Tomko y De Gregori y del que hará conocedor a su sucesor. Pero, en cualquier caso y pese a esa excepcional humanidad, no es la renuncia de Benedicto XVI la que marcará al catolicismo. Sí lo hará, sin embargo, el cónclave que elegirá al próximo pontífice de entre quienes, tras la renuncia de Ra-tzinger, respondan a las características -y la edad- que el hasta ayer Papa consideró imprescindibles para liderar las labores del nuevo tiempo que él no se ve capaz de afrontar. Porque de su elección y de si el nuevo pontífice opta por dar continuidad a las líneas doctrinales (y de gobierno vaticano) mantenidas por sus dos últimos predecesores -Juan Pablo II y el propio Benedicto XVI- o es capaz de detraerse a todos los factores y rémoras que las han condicionado y se adivinan en la Curia, dependerá el tercer siglo de la Iglesia católica.