LA reelección en el XIII Congreso de ELA de Adolfo Múñoz, Txiki, para un segundo mandato en la secretaría general y la ausencia de fisuras en torno al tono del discurso y los ejes estratégicos que han marcado la actividad del sindicato en los últimos años, ya incluso antes del relevo de José Elorrieta en 2008, confirman la consistencia de la que tras 101 años de historia -desde la fundación de Solidaridad de Obreros Vascos en 1911 en los astilleros Euskalduna- se puede definir como la primera entidad del país con sus más de cien mil afiliados. Tan profunda imbricación social -uno de cada veinticinco vascos de Hegoalde abona la cuota de ELA- y un nivel de representatividad laboral que roza el 36% otorgan a la primera fuerza sindical vasca una fortaleza indudable. Y sobre ella descansa posiblemente su afán por responder a las inquietudes sociales traspasando incluso los límites del ámbito laboral que se le suponen. Con el riesgo constatado de las dificultades que dicha inquietud conlleva para la comprensión de algunos de sus planteamientos ideológicos. No es la menor, por ejemplo, la de razonar el feroz anticapitalismo que verbalizan sus dirigentes en la realidad del tejido socioeconómico del país o la de conjugar su defensa de un sindicalismo de clase -intención que se intuye hasta en el lema, Lankidetu, de este Congreso- con la composición de sus propias estructuras, del entramado empresarial vasco y de la misma sociedad vasca. Lo que también influye en el limitado alcance -admitido por el propio Muñoz- de su acción en las pequeñas y medianas empresas que reúnen al 80% de los asalariados de Euskadi. La autocrítica en ese sentido no sobra. Tampoco lo haría en un análisis del punto en que se halla el histórico compromiso de ELA con las instituciones y problemas del país, siquiera en cuanto a los modos de relación y a la contradicción que supone la exigencia de tratar ciertos temas en determinados foros al tiempo que se resiste a encarar los que sin duda alguna le competen en otros convocados a tal efecto. Porque la relevancia de ELA como agente en la construcción de Euskadi, con un primer paso en la salida de la crisis, es de todo punto incuestionable, pero también lo es que tanto el sindicalismo como la patronal necesitan readaptarse a la nueva realidad de la sociedad del siglo XXI. Y el primer sindicato vasco no es una excepción.