LAS denuncias de las asociaciones contra el sistema de recogida de residuos puerta a puerta en Gipuzkoa por presiones e intimidaciones recibidas en forma de pintadas o anónimos cuyo origen se atribuye a sectores de la izquierda abertzale y los episodios de insultos y amenazas directas en el mismo sentido sufridos por la exalcaldesa de Oñati, Lourdes Idoiaga -en setiembre en forma de pancarta y en el escrito anónimo que hoy reproducimos-, exigen una contundente reconvención pública que no se ha producido por parte de los dirigentes de dicho espectro político. Por sí misma, la ausencia de contestación de la izquierda abertzale tradicional -extrañamente, también de alguno de sus socios y coaligados- a estos hechos lleva a concluir que en el mundo abertzale radical subsisten estratos que siguen sin deshacerse de sus tan dramáticas como irracionales costumbres violentas. También que quienes en ese ámbito pretenden dirigir el denominado proceso hacia la normalización política y social carecen de la capacidad para detener los inasumibles brotes agresivos o de la intención de hacerlo, lo que en cualquier caso siembra dudas sobre la oferta política e institucional y los fines que pretenden presentar a la sociedad vasca. Pero si, además, las declaraciones públicas al respecto de esos dirigentes tratan de relativizar la gravedad de unas actitudes que la izquierda abertzale ha mantenido durante demasiado tiempo y que debían estar totalmente desterradas a estas alturas, se antoja que tampoco estos han acabado de interiorizar los nuevos modos que se precisan -y que la propia IA ha explicitado en sus ponencias internas- en este nuevo tiempo, mucho menos de aceptar que les corresponde admitir lo erróneo de las inaceptables prácticas que han sido consustanciales a su actividad política. Reconocerlo así es la mejor manera, quizás la única, de que episodios como los de Bergara o Oñati no vuelvan a producirse ni se reproduzcan si alguna parte de la sociedad vasca, en el ejercicio de su libertad de pensamiento y expresión, muestra públicamente disconformidad con las decisiones o alineamientos políticos de la izquierda abertzale. Y lo contrario supondría mantener, aun por omisión, la maquiavélica teoría de la justificación de los medios, de los modos, de todo punto insostenible en democracia.