LOS cimientos del Estado parecen tambalearse después de que se conociera el texto pactado entre CiU y ERC para iniciar el camino soberanista en Catalunya y que se llevará al Parlament para su aprobación el día 23. Lo avanzado no es más que un primer texto que se había pasado al resto de las formaciones de la Cámara que se habían comprometido con el derecho a decidir, es decir, al PSC, ICV-EUiA y la CUP, pero de nada servían estas explicaciones ante la ofensiva que se puso en marcha en Madrid, con un PP y sus medios afines ávidos de más elementos para seguir linchando la apuesta del presidente Mas. La misma vicepresidenta del Gobierno español, Soraya Sáenz de Santamaría, situó a los promotores del texto al margen del sistema de derecho al asegurar que en democracia "no existe legitimidad sin respeto a la legalidad", no sin antes advertir que, de no respetarse la legalidad vigente, el Gobierno "hará cumplir la Constitución y las leyes". Una amenaza que viene a reforzar las provocativas referencias del ministro de Defensa el pasado día 6 ante el rey y la cúpula militar sobre la actitud "firme y serena" del Ejército que "cumple calladamente con su deber" ante "absurdas provocaciones". Un deber, no hay que olvidarlo, entre los cuales está, por imperativo constitucional, garantizar la unidad territorial de España. Este nivel de desfase entre la realidad de Catalunya y la percepción que de lo que allí sucede se tiene en Madrid es la demostración palpable de la endémica falta de visión política e histórica que llevan arrastrando las dos formaciones mayoritarias en el Estado para tratar de entender otras realidades políticas que no sean las centralistas. De esta deriva no se libran ni siquiera los socialistas, que vuelven a enarbolar la bandera del federalismo, forzados por las circunstancias y con grandes contradicciones internas ante la falta de un modelo que dé respuesta a las demandas nacionalistas de mayor soberanía. Demandas que, finalmente, se han disparado ante el desconocimiento y desprecio del que hacen gala las dos formaciones estatales. No hay mayor error que dar la espalda a lo que no quiere verse, pero la realidad es tozuda y Rajoy tiene ante sí el desafío de dar un cauce democrático a lo que le llega desde Catalunya si no quiere dar paso a la ruptura. También en esto, Europa le está observando.
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