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¿Hacia una Venezuela sin Chávez?

El grave estado de salud del comandante bolivariano obliga a un cambio en el país, en el que aún se desconoce si el designado sucesor, Nicolás Maduro, está ya lo suficientemente 'maduro' y si la oposición es capaz de ofrecer una alternativa seria y real

EL mundo mira estos días, entre la incertidumbre, la esperanza y el temor, a los acontecimientos que están teniendo lugar entre Caracas y La Habana, sin saber bien del todo hacia dónde dirigir la mirada. El estado de salud del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, internado en un hospital de la capital cubana tras ser operado por cuarta vez del cáncer que padece, es, entre las filtraciones, las elucubraciones y la información con cuentagotas y no siempre creíble del oficialismo chavista, una cuestión de estado que amenaza con salpicar no solo al país caribeño, sino a toda Latinoamérica y en especial a sus aliados y, en general, al mundo. Es el riesgo que supone que un país esté liderado por un caudillo en toda su dimensión. Eso sí, democráticamente elegido. Lo único verdaderamente cierto de momento es que Hugo Chávez se encuentra luchando por su vida, en un estado de gravedad lo suficientemente severo como para temer la imposibilidad manifiesta de que pueda, aun en el caso de sobrevivir a la enfermedad a corto plazo, mantener la jefatura del Estado venezolano. El propio comandante, consciente de la situación, nombró a Nicolás Maduro como su sucesor ante los riesgos evidentes que tenía su nueva operación. Aunque en estos momentos la urgencia de conocer si Chávez podrá tomar posesión de su cargo, pendiente tras las últimas elecciones en las que venció con claridad, antes del día 10 como ordena el mandato constitucional, lo cierto es que lo que preocupa tanto dentro como fuera de Venezuela es ya el futuro de la revolución bolivariana, del socialismo chavista y, en definitiva, de la propia Venezuela. Por de pronto, la nueva situación, y a la espera de lo que ocurra, está deparando una guerra interna entre las trama civil y militar del propio oficialismo chavista, algo que había intentado evitar el caudillo con la designación de Maduro. Sería esta la primera batalla, cuyo desenlace, aunque parece decantarse por el actual vicepresidente, no despejaría las incógnitas a medio y largo plazo y con el sangrante interrogante de si Nicolás Maduro está realmente lo suficientemente maduro -valga el juego de palabras- para liderar el país. Mientras tanto, la oposición, aún más dividida tras la clamorosa derrota electoral que evidenció su propia incapacidad como alternativa, se encuentra tan desorientada como el propio chavismo.