SEGÚN los datos publicados el pasado viernes por el Euskobarómetro, casi seis de cada diez ciudadanos vascos están muy o bastante satisfechos con los resultados que arrojaron las elecciones autonómicas de noviembre, y ello a pesar de que la composición del Parlamento Vasco surgido de ellas plantea un escenario político endiablado, en un momento en el que el liderazgo de los grandes asuntos que la sociedad vasca tiene planteados exige el entendimiento entre diferentes. Euskadi está viviendo, sin duda, el momento político que sus ciudadanos habían anhelado durante tantos años: una sociedad sin violencia, donde todas las expresiones políticas tienen reconocida su representación, con un mapa político simplificado que concentra su representación en torno a cuatro siglas principales y donde existe libertad para que todas las ideas políticas puedan ser democráticamente defendidas. Tras la última convocatoria electoral la intrínseca pluralidad de la sociedad vasca se ha vuelto a hacer patente y apela de forma contundente a sus representantes para que encuentren respuestas a la situación de crisis económica que atravesamos, al riesgo de fractura social que se puede producir en caso de que no se aseguren los mecanismos de solidaridad que pueden impedirla, a la necesidad de restañar las heridas que tantos años de violencia han causado y al deseo de mayor autogobierno que la mayoría de la ciudadanía vasca muestra de forma continuada. Iñigo Urkullu, en su primer mensaje institucional de fin de año como lehendakari, definió estos retos como las prioridades que marcarán la actividad de su Gobierno y comprometió su palabra en la búsqueda de los acuerdos necesarios para hacerles frente. El mensaje de Gabon de Urkullu ha sido una declaración de buenas intenciones que su Ejecutivo se va a ver obligado a ratificar con hechos desde el primer día del nuevo año, pues no parece que vaya a contar de momento con más apoyos que el de su propio partido y sí con la oposición más o menos beligerante de quienes se han encontrado con un escenario político e institucional no deseado. Es el momento de ser exigentes con quienes han asumido la responsabilidad de representarnos, tanto en el gobierno como en la oposición, y de arropar las decisiones que consoliden este tiempo tan añorado.