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La patria de los sin patria

Algunos políticos animan a manifestarse a los que se sienten españoles. Un dilema para mucha gente que ni es una cosa ni la otra ni todo lo contario. Y, siempre, Cataluña y Euskadi en el punto de mira, como si ser catalanes o vascos fuera un especimen raro...

LA vida pierde valor por nuestra eterna complicación para vivir. Jugamos con otras vidas sin dar importancia a esas vidas por nuestro propio egoísmo, orgullo o, lo más inusitado, por patriotismo. ¿Qué es el patriotismo? Me lo pregunto muchas veces desde niña por mi propia falta de vibración hacia todos los símbolos patrios. Mi padre me decía que tenía sangre de horchata. Nunca me han emocionado banderas ni signos. Manifestaciones extrañas que ni siquiera me rozaban. Me parece imposible, para mi forma de ser, que una bandera sea motivo de separaciones familiares. La patria, esa palabra con la que se les llena la boca a muchas personas, me da exactamente igual. Me interesa mi familia, mis amigos, y que el entorno donde vivimos sea tranquilo y nos permita ser felices. Quizás por eso estoy tan contenta por la paz que vivimos en Euskadi desde que se proclamó la tregua de ETA. Esta tierra reúne todo lo que necesito para ser dichosa y esta tierra es mi querido Euskadi. Pero? siempre han existido locos a lo largo de la historia capaces de jugarse a sus hijos a cara o cruz.

Cuando estudiaba historia, me asustaba una "hazaña ejemplar" que se santificaba laicamente como paradigma del heroísmo. Alfonzo Pérez de Guzmán, duque de Niebla, estaba defendiendo Tarifa del asedio de los moros y para conseguir que se rindiera, el sultán Ibs Ya'qub secuestró a su hijo Pedro. El tal Guzmán -muy de acuerdo a mi entender por la niebla que tenía en el alma- arrojó el puñal a los moros para que, con su misma arma, asesinaran a su pobre hijo. Evidentemente lo mataron y, además, el asedio fracasó. Y, ya ven, el tal Guzmán pasó a la historia con el sobrenombre de El Bueno, y su hijo como un Isaac real inmolado en una piara por deseo del dios padre.

Me sorprende ese extraño romanticismo de la muerte tan repetido a lo largo de los siglos y ese, aún más extraño, amor a la patria. Ahora que los nacionalismos están exacerbados, la Patria, con mayúscula, se repite como un sino o un mantra de seguridad, paz y progreso. Por ejemplo, desde la actualidad del tema, todos seremos más españoles contra Cataluña y, los manifestantes -a favor o en contra- ponen los titulares más sorpresivos de los líderes políticos. Nosotros somos catalanes, nosotros somos vascos, nosotros somos asturianos y nosotros somos gallegos. ¡Qué sentencia! A mí me parece muy bien este amor en pequeño a la particularidad de cada uno. Sin duda, lo propio se defiende mejor que el bien común grande y anónimo. Pero luego vienen los números, la economía, los negocios, los impuestos, el comercio y un montón de cosas que llevan pareja una separación que la decisión sentimental puede tener. Son palabras mayores que no se pueden tomar por un amoroso sentimiento.

Para los que no vibramos ante la palabra "patria", para los que nos sentimos ajenos -una especie de seres sin patria que se aglutinan felices en la patria Mundo- nos sorprende la exacerbación de este sentimiento. Pero, ya ven, los hombres y las mujeres tenemos un gen capaz de anteponer la vida por un ideal. Los primeros cristianos, por defender su fe, se ponían delante de los leones para que se los comieran. ¡Dios mío, qué debía de ser aquello, recibido voluntariamente! Los islamistas también son capaces de suicidarse por Alá con un salvavidas de pólvora rodeándoles el cuerpo. La verdad es que soy una mujer muy cobarde. Solo mi familia, y por salvar su vida, arriesgaría mi propia vida. Mis ideas con mayúsculas, no son canjeables más allá de mis hijos o mi marido. Pero admiro(¿?) a los que luchan y se manifiestan por ese otro ideal.

Ahora todo se complica. Algunos políticos animan a manifestarse a los que se sienten españoles. Un dilema para mucha gente que ni es una cosa ni la otra, ni todo lo contario. Y, siempre, Cataluña y Euskadi en el punto de mira, como si ser catalanes o vascos fuera un especimen raro que no encaja en una comunidad como dios manda. Pues qué quieren? amar lo propio no puede, ni debe, ser un problema de conciencia. Cada uno elije lo que le da la gana. Ya hay bastantes dogmas en la Iglesia católica para crear nuevos conceptos laicos.

La patria? Yo recuerdo con horror cuando era muy niña y algunos días -señalados en rojo como patrióticos- el aguacil gritaba en los portales de las casa aporreando en los timbres diciendo "¡Colgaduraaas!". Aquel grito que parecía de muerte era para obligar a los vecinos a que sacaran las banderas -obligatorias en cada casa- y las colocaran en los balcones. Quien no lo hacía tenía que pagar una multa o lo llevaban a la cárcel. Así que me iba convirtiendo en una mujer sin patria, si es que la patria era aquello. Sigue sin gustarme. Había que amar a la patria por mandato y, como decía Lucía Etxebarria en un brillante artículo en Magazine, "mi madre no podía trabajar si su marido no se lo permitía, no podía tener una cuenta a su nombre sin permiso de su marido, ni salir del país sin permiso de su marido, y no podía divorciarse si hubiera querido. En caso de haberse separado, habría perdido a sus hijos. Si hubiera sido madre soltera, el niño no habría tenido derecho a la herencia o al apellido de su padre".

Y? con Franco vivíamos mejor en esa patria.

Pues a pesar de que en mi casa se respetaba el régimen, yo iba fermentando dentro una especial rabia que me iba convirtiendo en una mujer sin patria, si es que la patria era aquello. Sigue sin gustarme el termino "más España", porque tiene un regusto agrio y amargo que no deseo recordar. Me suena a un grito gregario.

En mi memoria actual hay una escena que ciertamente me quita el sueño. Es tan reciente como que me ocurrió ayer:

La Rioja, en estos días de vendimia, está preciosa. Con las cepas cargadas de uva es una promesa de vida concentrada. El verde -tan escaso en invierno- es el color que pinta el paisaje. Los montes redondeados parecen olas continuas en un mar quieto y tranquilo. Es el tiempo de la recogida de todo un año de silenciosa espera. Pero no todas las esperas son fructíferas. Mientras vuelvo a Bilbao desde Logroño en el autobús, no consigo quitar de la cabeza la imagen de la estación. Medio centenar, quizás más, de hombres y mujeres, la mayoría de color, con maletas, bolsas y hatillos, esperando. No esperaban ningún transporte público que les llevara a un lugar concreto. Esperaban que les contrataran para la vendimia. Sus caras ansiosas miraban expectantes buscando a alguien que se parara y les dijera "le contrato a tantos euros la hora". Posiblemente, los euros irán bajando de valor según pasen las horas y los días en angustiosa vigilia. Es un espectáculo que nunca había visto. No es triste ni extraño. Es la vida de miles de personas que esperan un trabajo. ¿Tendrán patria -y la añorarán- tantas personas desesperadas? Aunque? lo que realmente me preocupa es que la Iglesia tenga patria. A los obispos de la Conferencia Episcopal les preocupa profundamente la unidad de España. Eso de dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, es una frase que, aunque dicha por Jesús, les debe traer al pairo.

La patria? ¿Qué patria?