LA semana pasada, en una entrevista de ETB-2, me preguntaron si creía necesario el rescate de Europa. Inmediatamente contesté que no. No, porque no creo en la troika que está detrás de todo ello ni en los personajes que están al frente, y a los que por cierto nadie ha votado, y hoy son quienes dictan los pasos, la hoja de ruta, al presidente del Estado en el que nos encontramos de cara a este entramado global.
Sinceramente, creo que en Euskadi no tenemos ninguna necesidad de caer en esta trama cuyos diseños hemos conocido en décadas pasadas. Pero la pregunta me ha dejado preocupado y, de nuevo, me ha encendido la gran estafa a la sociedad que esto encierra.
Del libro de Naomi Klein La doctrina del shock, quiero entresacar algunos hechos para situarnos en la trama de este modelo de economía que tiene su origen en Milton Friedman, gurú del capitalismo de libre mercado, como responsable de diseñar la hoja de ruta que hoy padecemos globalmente. A su muerte, en 2006, fue considerado como el economista más influyente de los últimos cincuenta años.
Milton Friedman determinó el núcleo del capitalismo contemporáneo al anunciar que "solo una crisis, real o percibida, da lugar a un cambio verdadero". Escribía que "un nuevo gobierno dispone de seis a nueve meses para poner en marcha cambios legislativos importantes; si no aprovecha la oportunidad de actuar durante ese periodo, no volverá a disfrutar de ocasión igual". Seguro que a todos nos suena esta música, con los decretazos de los famosos viernes.
El angelito, en su popular libro Capitalismo y libertad, dejó marcado lo que sería el programa económico del movimiento neoconservador hasta nuestros días. En primer lugar, indicaba, los gobiernos deben eliminar todas las reglamentaciones y regulaciones que dificulten la acumulación de beneficios. En segundo lugar, deben vender todo activo que posean que pudiera ser operado por una empresa y dar beneficios. Y, en tercer lugar, deben recortar drásticamente los fondos asignados a programas sociales. A más, declaraba que los impuestos habían de ser bajos y decretarse una misma tasa fija para ser pagada por ricos y pobres. Todos los precios, también el precio del trabajo, tenían que ser establecidos por el mercado. El salario mínimo no debía de existir. Proponía que fueran privatizados la sanidad, correos, la educación, las pensiones e incluso los parques nacionales. Para haber pasado cuatro décadas, el tema tiene mucha actualidad.
Lo preocupante del asunto en este caso no es que con perro muerto se acabó la rabia, sino que todos estos personajes, incluidos el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), son los que facilitan que las condiciones se den para que la hoja de ruta pueda ser aplicada.
En todas las situaciones vividas en las décadas de los 70 y 80, ha estado el FMI amenazando con que se negarían los préstamos si no se accedía a las tres grandes medidas habituales: privatización, desregulación gubernamental y recortes en el gasto social.
En los años 70 en Chile, tras el golpe de Estado de Pinochet contra Allende, Milton Friedman ensayó su doctrina por primera vez, como asesor del dictador. Posteriormente, en Argentina, tras la desaparición de más de treinta mil activistas de izquierda y con el país en shock, se impusieron las recetas de la Escuela de Chicago. De igual manera sucedió en China, donde, tras la masacre de la plaza de Tiananmen, el Partido Comunista convirtió al país en una fábrica de exportación con trabajadores aterrados y sin ninguna exigencia laboral.
La historia se ha repetido en varios países latinoamericanos y africanos donde la receta ha sido la misma, incluida la colaboración del FMI a través de sus aparentes ayudas que, al ser imposibles de pagar, asfixiaban hasta el punto de propiciar la situación de shock de la ciudadanía y la entrada de las políticas capitalistas.
Por mi parte, digo no al rescate porque no puedo creer en unos poderes europeos que han ayudado a Grecia y Portugal hace un año con el resultado de que la situación de ambos países es cada día más desesperada; en unos personajes que están lanzando continuamente noticias extremas, con augurios de grandes desastres, a fin de precipitar el shock y la entrada de las medidas comentadas. Si nos damos cuenta, se centran en España e Italia con nuevos gobiernos para lograr acelerar las medidas regresivas contra la población.
Llevamos unos meses pendientes de las órdenes de Bruselas como único origen de la soberanía, han anulado todos los parlamentos de los países y las cuestiones de futuro de un pueblo solo tienen carácter económico y están dirigidas por la hegemonía alemana, todo esto con un gran calado de muerte para la democracia, que estamos empezando a no saber de qué va. No es posible creer en una Europa que persigue que la situación económica nos deje a todos sin horizonte y pensamiento crítico, donde el miedo todo lo cubre y la derecha camina a sus anchas.
No podemos caer en situaciones ya conocidas y repetidas donde los ricos son cada vez más ricos, ojalá fuera una frase hecha o una leyenda urbana, y los pobres cada vez más y más abandonados.
No creo que en Euskadi necesitemos a estos estrategas del miedo y la avaricia, sino poner en marcha lo que tan claro ha quedado dicho por parte de los partidos y por el nuevo lehendakari: las prioridades serán la educación, la sanidad, el bienestar social y las pensiones.