EL próximo día 21 el experimento nacido en la primavera de 2009 llegará a su fin con un balance desolador: la sociedad vasca está mucho más dividida que entonces y hoy son más quienes quieren romper con España. Una mayoría social se ha sentido agredida por la minoría, produciéndose heridas que van a tardar en restañarse. Eso sí: el PSE ya puede decir que ha tenido su lehendakari. ¿Era esto lo que se pretendía? Porque, de lo importante, no ha conseguido nada. Y lo que es peor: se extiende la sensación de que se ha perdido el tiempo (muy valioso en periodos de crisis) de forma miserable.

Se comenta en Lakua (sede gasteiztarra del Gobierno) que durante los últimos años un número relevante de funcionarios se han dedicado en exclusiva a buscar pruebas que sirviesen para incriminar al PNV. Y nada.

Pasados los primeros momentos de cierto estupor, durante lo que ya se conoce como el trienio negro, el PNV logró marcar el terreno del juego al Gobierno López gracias a la situación de minoría en que se encontraba el Ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero. El PNV gobernó desde la oposición entre 2009 y 2011. En este último año se produce la debacle socialista en los comicios locales y forales y la irrupción de Mariano Rajoy que consiguió la mayoría absoluta para el PP. Así, el PSE perdió las alcaldías de Donostia y Gasteiz, y las de municipios como Errenteri, Lasarte, Sestao, Basauri... En esta situación, con un PP marcando distancias, sin capacidad de interlocución con las demás fuerzas del arco parlamentario, el Ejecutivo de López entró en parada.

La opinión pública tampoco acompañó. Desde el minuto cero, todas las encuestas le fueron desfavorables: las de los amigos y las de los adversarios. El lema fue y es: "cambiar el signo de las encuestas". No se logró ni siquiera modificando la metodología. Eso sí, cuando alguna de estas encuestas señalaban alguna debilidad nacionalista (como el último Euskobarómetro, muy cuestionado) se convertía en verdad inmutable. Por cierto, una verdad matizada por el último sondeo del CIS. Según este último, el PSE de Patxi López habría perdido la mitad de los escaños.

Otra cosa es la opinión publicada. Desde el minuto uno, los medios de comunicación públicos y privados se volcaron con el nuevo lehendakari. Patxi se convirtió en una figura nacional. Su mayor logro, haber desplazado al PNV de la Lehendakaritza. No es que lo hiciese todo bien, lo hacía mejor y por primera vez. En algunos momentos, asistimos a un lamentable espectáculo de servilismo por parte de periodistas hechos y derechos y analistas independientes o ideólogos del cambio. El día 22 habrá llegado el momento de hacer balance en este capítulo.

La producción legislativa del Gobierno del PSE ha sido como mucho escueta. Desde luego, muchísimo más escueta que la de Juan José Ibarretxe. Gracias a Basagoiti (y sólo con él) se han aprobado los presupuestos. En el otro lado, la pendiente Ley Municipal y una Ley de Cajas que, al final, no resultó como hubiese querido López. Habrá alguna norma que, además, desaparecerá: este año se celebra por última vez el Día del Estatuto, impuesto por la "mayoría parlamentaria".

La obsesión de Patxi López por liderar se convirtió en un obstáculo insalvable para mantener una relación normalizada con la primera fuerza política de la Comunidad Autónoma del País Vasco. La política, como en otros aspectos de la vida, se basa en el do ut des (te doy para que me des). Disponer de "mayoría parlamentaria" no significa someter a vasallaje a la oposición. En este punto, es bueno recordar que López no admitió una sola enmienda del PNV a sus presupuestos. De ahí que no se entienda muy bien la cantinela de culpar al PNV, desplazado a la oposición, de un fracaso que es solo suyo.

Por fin, Patxi López va a tener la oportunidad de enfrentarse en las urnas a Iñigo Urkullu. Serán los ciudadanos quienes, una vez más, decidan. Esta vez sin exclusiones. Y, en este plebiscito, por cierto, se valorará el grado de satisfacción ciudadana con lo hecho en el trienio que toca a su fin.

Ya veremos.