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Toros: serenar el debate

La decisión del Ayuntamiento de Donostia de no firmar más convenios para que haya corridas en Illunbe ha reabierto en Euskadi la polémica sobre este espectáculo, en la que sobra demagogia y se entremezclan demasiados intereses

EL reciente anuncio hecho por el alcalde de Donostia, Juan Karlos Izagirre, en el que dejaba entrever que no se celebrarán más corridas de toros en Illunbe ha desencadenado la lógica cascada de reacciones a favor y en contra de la decisión en un asunto ya de por sí poliédrico y cuya polémica no se circunscribe a la capital guipuzcoana sino que ha saltado ya a toda Euskadi. En los últimos años, el debate taurino -en la mayoría de las ocasiones más visceral que racional- ha estado presente cada vez que se celebra un espectáculo de estas características, y no solo en nuestro país. Hace un par de años, el Parlament de Catalunya abordó el debate en toda su dimensión y con todas las consecuencias y tomó finalmente la decisión de prohibir las corridas de toros en su territorio. Fue, sin duda, un mazazo para los aficionados y un triunfo para los detractores pero, sobre todo, constituyó un precedente que, a poco que se analice con frialdad y se vea con perspectiva, terminará tarde o temprano saltando a otros lugares. Entre ellos, o quizá sobre todo, a Euskadi. Los primeros pasos ya se van dando y la decisión del Ayuntamiento donostiarra de no firmar ningún convenio con empresas taurinas va en esa dirección. En este debate se entremezclan sentimientos, ideologías, expresiones identitarias, intereses político-electoralistas, formas de entender el ocio, intereses económicos y empresariales, tradición/cultura y muy distintas percepciones de lo que es el maltrato y el sufrimiento animal, mezclado todo ello, y en todos los casos, con grandes dosis de demagogia y fanatismo. Una prueba evidente de que el debate no está maduro para abordarse de manera serena. Flaco favor hacen, por su parte, quienes, desde sus respectivas perspectivas, utilizan falsos argumentos para defender sus posiciones, tanto quienes tachan las corridas de toros de "españolismo" como los que acusan a los detractores de hacerlo por un sentimiento antiespañol o pronacionalista. Y aún peor es exacerbar esos sentimientos y utilizarlos como ariete o arma arrojadiza, tanto para argumentar como para atacar. Usar una ikurriña como muleta o hacer performances simulando matanzas con mucha sangre, por ejemplo, puede resultar muy mediático pero no ayuda a templar y serenar un debate que exige mucha madurez.